Pero otros dijeron que sí lo extrañan.
“Las cosas están peor ahora. La vida no era muy buena, pero nunca había sido tan mala. Esa gente que lo sacó del poder no tiene idea de nada”, manifestó Silas Marongo, sosteniendo un hacha en la mano y uniéndose a otros hombres y mujeres que cortaban leña en los suburbios de la capital para hacer frente a los graves cortes de electricidad que empeoraron la situación económica del país.
El 21 de febrero de 2018, Mugabe celebró su primer cumpleaños desde su salida del poder casi en solitario, lejos de las fastuosas celebraciones del pasado. Pese a que el gobierno que lo derrocó con ayuda del ejército había declarado su aniversario feriado nacional, Mnangagwa, que además de su sucesor había sido su mano derecha, no lo mencionó durante un discurso televisado ese día.
El ocaso de Mugabe en sus últimos años como presidencia estuvo ligado en parte a las ambiciones políticas de su esposa, Grace, una figura divisiva que acabó perdiendo el control del partido gobernante en favor de la facción liderada por los partidarios de Mnangagwa, próximo al ejército.
A pesar del declive de Zimbabue durante su mandato, Mugabe se mantuvo desafiante, criticando a Occidente por lo que calificó de actitud neocolonialista e instando a los africanos a hacerse con el control de sus recursos, un mensaje populista exitoso en muchas naciones del continente que compartían el modelo de hombre fuerte en el poder y avanzaron hacia una democracia.
Mugabe gozó de la aprobación de sus homólogos en África, que decidieron no juzgarlo como sí hicieron Gran Bretaña, Estados Unidos y otros detractores occidentales. Hacia el final de su mandato, fungió como presidente rotatorio de la Unión Africana, un organismo conformado por 54 países, y de la Comunidad de Desarrollo de África Austral, con 15. Sus críticas a la Corte Penal Internacional fueron bien recibidas por los líderes regionales, que también pensaban que estaba siendo utilizado de forma injusta para atacar a los africanos.