El movimiento más incomprendido de la lucha política es el grito de los mudos sociales. Su alarido es tan efímero que dura un fugaz instante, en medio de una larga fila, para cumplir lo que su conciencia le dice es un deber cívico. Elige a las autoridades con una señal de felpa sobre el símbolo de un partido, y al salir del colegio electoral, se pierde en la multitud.
Ni siquiera cuando tiene en sus manos el destino del país habla, prefiere seguir mudo, a la sombra, rumiando su exclusión y siempre esperando que le resuelvan ahora mismo o en el futuro mediático. Hay mudos en todas las capas sociales, y actúan con instinto individual, que por praxis se convierte en colectivo.
El solitario de la multitud es un eslabón de esa mayoría silente que espera el día de las elecciones para castigar, y para que renazcan sus esperanzas. Golpea al que considera que le falló. No le dio la fundita, se olvidó de entregarle la tarjeta, no visitó su barrio, la escuela se cae a pedazos, no le dieron trabajo, y los ladrones le atracan a pleno día.
Es una presa fácil de conquistar para los encantadores de serpientes, esos que hoy no hacen un gran mitin de cierre de campaña, pero que exhiben una sonrisa que le prepararon asesores internacionales. Cae rendido ante la venta de ilusiones. No quiere cambios, sino que se le asegure que va a seguir subsistiendo.
Ya lo decía el vil personaje de El Gatopardo: hay que cambiar para que todo siga igual. Los mudos sociales buscan reformas, quieren seguridad, pan, escuelas, pleno empleo y un régimen que garantice sus derechos democráticos.
Pero esa mayoría silente actúa en la sombras, en los estertores de una conciencia dormida. No sale a luchar por sus reivindicaciones, sino que oculta sus intenciones y espera el discurso de ocasión de los candidatos. El que le ofrezca mayor cantidad de promesas, será su favorito.
Desconoce su fuerza. El poder descansa en esa mayoría silenciosa. Lo malo es que no ejerce su derecho de exigir. Los viejos marxistas creían que el núcleo era el germen central de la revolución. Un puñado de corajudos dirigiendo a millones.
La mayoría del país es mudo, no habla por temor, no habla porque no se sabe expresar, no habla porque teme le quiten lo que no tiene, pero que anhela tener. Es un camino sin retorno, hacia el círculo cerrado de la sinrazón. Hay que esperar cuatro años, en nuestro caso dos, para que comience la procesión en total silencio, pero con la fuerza de impulsar la historia.
Para Mao Tsu Tung el poder descansa en la boca de los fusiles, pero para en esta media isla llegar al gobierno se necesitan los hombros de los mudos sociales ¡Ay!, se me acabó la tinta.