La reina del pop, lejos de pensar en la jubilación, prepara un disco y una película sobre sus vivencias
Educada en el seno de una familia numerosa católica, Madonna Louise Ciccone siempre demostró tener un talento especial para la provocación. Ella no se ha adaptado a los cambios, ella los ha provocado: rubia, morena, con crucifijos y medias de rejilla, corpiños, vaqueros denim… Incluso con su nombre, que primero pasó a ser Verónica y ahora es Esther, en homenaje a la cultura hebrea que ha descubierto con la cábala. No ha habido mayor influencer que ella, figurando en el Libro Guinness de los Récords con 300 millones de discos vendidos. Madonna fue madre con el bailarín cubano Carlos León. Su hija Lola tiene 26 años y, para envidia de medio planeta, fue novia de Timothée Chalamet. En el 2000, casada con el director Guy Ritchie, la cantante tuvo a Rocco, que dejó las pasarelas para convertirse en pintor. Con el tiempo, adoptó un niño y tres niñas malauis: David, Marcy James y las gemelas Estere y Stella. La diversidad es la norma de la casa.
Pero toda biografía de éxito tiene su lado oscuro. La de Madonna no es una excepción. A los 19 años llegó ilusionada a Nueva York para empezar su carrera, pero fueron tiempos duros: «La ciudad no me recibió con los brazos abiertos», confesó a Harper’s Bazaar. «El primer año me amenazaron con un arma, también me violaron en la azotea de un edificio al que fui arrastrada con un cuchillo en la espalda. Robaron en mi apartamento hasta en tres ocasiones, destrozándolo todo. Era una rebelde, pero estaba decidida a sobrevivir».
Su matrimonio con Sean Penn fue una montaña rusa de emociones, celos y reacciones agresivas: que el actor dejara un boquete en la pared de un puñetazo tras un ataque de celos por Prince o que la lanzara a la piscina al verla hablando con su ex, por ejemplo, solo eran para ella demostraciones de amor.
El día de su boda, la pareja protagonizó uno de los momentos más impactantes de la historia de la prensa del corazón, con el novio empuñando un arma y disparando contra los paparazzi que sobrevolaban el banquete en helicóptero.
Una denuncia por un ataque con un bate de béisbol, que luego fue retirada por la cantante, o los seis arrestos por violencia que llevaron a Sean Penn a comisaría y, finalmente, a un centro penitenciario para seguir tratamiento, se quedan cortos frente a lo sucedido el 28 de diciembre de 1987, cuando Madonna se refugió en su mansión de Malibú para huir del triángulo amoroso que había empezado con la actriz Sandra Bernhard y, de paso, prepararse para el rodaje de 'Dick Tracy'.
Cuando Sean supo que su mujer iba a trabajar con Warren Beatty, el mayor seductor de Hollywood (con el que, como temía su marido, mantuvo un breve romance) montó en cólera, la maniató a una silla, la amordazó y abusó de ella mientras bebía como un cosaco. La pesadilla duró ocho horas y dejó a la estrella con heridas en las muñecas y el labio partido.
Puso denuncia. Y la retiró, una vez más, al día siguiente. Pero ya no hubo reconciliación: el divorcio se materializó el 25 de enero de 1989. A pesar de todo, mantiene que Sean Penn es el amor de su vida y no ha dudado en conservar una relación cordial, sobre todo en los actos de sus respectivas ONGs: ella recoge fondos para Malaui, él hace otro tanto en Haití. Una y otro han dejado atrás su turbulenta relación tóxica para ayudarse mutuamente en sus labores solidarias.
A sus 64 años, lejos de pensar en la jubilación, Madonna prepara nuevo disco, una película sobre su vida (con la actriz Julia Garner en la piel de la ambición rubia) y, como regalo de cumpleaños, se ha puesto fundas de diamantes en su dentadura, que estrenó en el programa de Jimmy Fallon al que fue invitada hace unos días. Madonna no para, tiene cuerda para rato.
