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Variedades 
  • Por: Andrés Díaz
  • lunes 17 octubre, 2022

La estrella que llevamos dentro

Mercedes Sosa se volvió la voz de muchas personas. Cuando ya no estaba, se volvió la voz de Violeta Parra: Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me dio el corazón que agita su marco / Cuando miro el fruto del cerebro humano / Cuando miro al bueno tan lejos del malo.

Autor: Ernesto Estévez Rams:

Mercedes Sosa tenía una voz profunda y tibia como el abrazo de una madre, acaso una abuela. Y no me refiero solo a cuando cantaba, que entonces el abrazo se volvía existencial; incluso cuando hablaba, te abrazaba con su voz cálida hecha de esa tesitura hermosa que Guillén describió como material de estrella.

Y ella te hablaba con la timidez de la gente de pueblo, que parece estar pidiendo permiso, pero si le niegan el derecho al habla, entonces se desata toda la hondura de sus historias, para reclamar su lugar sin posibilidad de ser revocada. Y esa voz de hablar nada tiene que ver con la del canto. La primera vez que la oyes cantar, te preguntas cómo pudiste sobrevivir sin haberla oído. Cómo pudiste hablar de lo bello sin conocerla.

Hay por ahí una filmación en la que La Negra introduce a León Gieco con una ternura imposible de ser simulada. Dice Sosa que cuando ella y Gieco cantaron Solo le pido a Dios, las personas encendieron sus fosforeras, algo muy bonito. La noche del escenario se volvió de luciérnagas y los presentes también sintieron la necesidad de pedir algo a lo inasible, no importa si divino o racional, en todo caso milagroso.

Hay una diferencia esencial entre los artistas de oficio y los artistas fundacionales. Los primeros pueden lograr dominar su arte y ser buenos, muy buenos. Los fundacionales son imprescindibles. ¿Cómo descubrir a los que fundan? No hay receta, hay intuiciones. Ni Mercedes ni León necesitan coloretes, ellos llevan consigo su arte.  Lo mismo Silvio, ese joven, en el mismo documental que, a los pies de Mercedes, anuncia… qué sé yo lo que anuncia, lo importante es que lo hace con solo estar ahí: nos anuncia. Todos ellos nos anuncian. Cuando el arte te prefigura, también tú te vuelves de ese material que Guillén describía proveniente de las estrellas.

Sólo le pido a Dios / Que el dolor no me sea indiferente / Que la reseca muerte no me encuentre / Vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Todo ser humano necesita su propia historia, no vale la historia de otro, ni épicas, ni cercanas, ni lejanas. Las personas no se hacen con historias prestadas, por más que sean de un colectivo común. Común por algunas razones que bien pueden ser trascendentes o de destino colectivo, ineludible aun cuando escapemos.

Los actos a lo sumo sirven, si son verdaderos, para inspirar a un individuo que quiere ser inspirado. No sirven para construir tramas individuales, no pueden. Es, en definitiva, una variante de la antológica imposibilidad de escarmentar por cabeza ajena.

En esto de hacerse su historia, todos se las hacen. Algunos se inventan historias que nada tienen que ver con ellos, solos se las rumian y se las recetan, cucharada a cucharada, hasta que se las creen, mientras se las venden a todo el mundo. Son los que tienen historias de un solo protagonista, para quien los reveses son temporales, y las culpas, de los otros actores de reparto, que solo están, para justificar las acciones del héroe. Se construyen un nido que dicen proteger y que solo está para no morir de soledad, o para tener público que les mire las epopeyas, y les bendiga su santo nacimiento. Nuestro egoísta necesita que lo necesiten un puñado de personas.

Otros se pintan de cualquier color con tal de encontrar quien les ahorre el trabajo de hacerse su historia. Suelen encontrarlo. Pero en cuanto el escritor de turno se aburra de la tarea (suelen aburrirse) se buscan otro, aunque les cambie el libreto de drama a comedia.

Un tercer grupo se las entregan al colectivo para que este les conforme una historia individual. No es lo mismo hacerse una historia propia en función del colectivo, que entregársela a un colectivo para que te la haga.

Fuera de las luces que encandilan están aquellos que trabajan poniéndose en el lugar del otro. Los que sufren en sí el dolor de los demás, y multiplican las alegrías ajenas. Todos llevamos dentro un poco de ese ser quintaesencia. Un Vitruvio propio que nos da, en proporciones ideales, ese ser al que aspiramos aún, en muchas ocasiones, sin saberlo. Porque la virtud, en su utilidad, a todos nos enamora. Solo basta que, generosos, le demos el espacio que necesita, y todos tendremos la posibilidad de ser útiles.

Mercedes se volvió la voz de muchas personas. Cuando ya no estaba, se volvió la voz de Violeta Parra: Gracias a la vida que me ha dado tanto / Me dio el corazón que agita su marco / Cuando miro el fruto del cerebro humano / Cuando miro al bueno tan lejos del malo.

Cuando se necesite, seamos generosos con el otro. Seamos, por todos los instantes esenciales de nuestra existencia, autores de nuestro propio arte fundacional. Seamos polvo de estrella. Y comprometámonos a hacer que lo injusto no nos sea indiferente.

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