Trabajar en estos tiempos una cultura de paz en la sociedad es un proceso muy complejo y hasta difícil en muchos casos, pero no podemos decir que es imposible e inalcanzable, ya que crece la urgente necesidad de educar para la paz, a pesar de que cada día son continuas y alarmantes las situaciones de conflictos y controversias, originadas en el sentido de como se ha venido afectando el convivir pacifico entre los seres humanos.
Lo antes expuesto se ocasiona por múltiples factores negativamente aceptados y que poderosamente están incidiendo en la construcción de comportamientos que nos convierten en actores o espectadores de estadios o actos violentos, trayendo esto como resultado desasosiegos, incertidumbres, desesperanzas e inseguridades en la ciudadanía.
Esto contribuye a ir generando el establecimiento de una cultura de violencia que se hace eco en ciertos programas radiales y televisivos con lenguajes y expresiones que se distancian de un buen comunicar.
También en un conducir inobservando las normas del tránsito, sin reparos al sufrimiento que podamos causar, en donde muchas veces no distinguimos los colores del semáforo.
Asimismo, en unas redes sociales que lejos de aprovechar sus inmensas y valiosas ventajas, nos deslumbramos y compartimos hechos tan deleznables que hasta escandalizan el corazón de las piedras; en un dejarnos convencer de que la mala calidad es lo que vende, sin examinar, ni mucho menos detenernos a evaluar lo tóxico que podría resultar.
Además, lo podemos ver en ciertas músicas con letras inexcusables; en vídeos juegos muy lejos del respeto a la vida, que se constituyen en niñeras electrónicas para que los padres dejen de ser “molestados” por sus hijos; en arrebatos emocionales que quitan vidas por un parqueo o por la simpleza de un percance o accidente ingenuo en la vía pública:
Igualmente, en cierta impunidad que angustia el alma de la justicia; en excesos de poder que generan impotencias y resabios; en padres mutiladores del buen ejemplo y de la responsabilidad, cuyos actos inducen a replicar en el mañana conductas indecorosas; en la contradictoria encrucijada de exigir derechos sin cumplir deberes; en relativizar la vida sin límites ni convicciones.
Asimismo, en un vivir desenfrenado del presente sin pensar en el futuro y cuestionar un pasado que por sus marcas nunca ha de volver a repetirse; en un “yo” imponente que ha perdido la vestimenta impecable de la humanidad, fruto de un competir salvaje y sin juicio; en un dejarnos arrastrar de aquellas "biografías" escandalosas que son famosas pero no precisamente ejemplares, ya que las mismas están contribuyendo con sus desbordes conductuales a una pérdida progresiva de los valores en el mundo.
De igual manera se hace eco, en vidas deshonestas que profundizan la desigualdad social sin el mínimo rubor de los estragos que están causando, a costa de llevar una vida fácil y sin contenido; en una inhumana sordidez de aquella miseria espantosa que su grito de auxilio se nos hace indiferente; en un existir sin detalles y gestos que alimenten el amor, conduciéndonos a vivir en laberintos sin salidas y vacíos sin esperanza; entre otras realidades.
Como respuesta al cuadro de violencia que describimos anteriormente, cabe señalar los grandes esfuerzos que se están ejecutando en pro de lograr una conciencia ciudadana con compromiso para el cambio y transformación de los conflictos.
Así como también, el interés de diferentes actores y sectores sociales, comunitarios, eclesiales, académicos, comerciantes y empresariales, trabajando modelos y mecanismos tendentes a la resolución de conflictos, fomentado la convivencia pacífica y armoniosa, coadyuvando a su vez en poner en alto el valor de la dignidad humana.
Es que en la medida que construimos o fortalecemos un liderazgo efectivo, favorece enormemente a mostrar el camino del apoyo mutuo sobre una base firme de confianza, responsabilidad, empatía, amor, cooperación y respeto; rescatando o fortaleciendo así, los niveles del sentido de comunidad que debe germinar y mantenerse en los seres humanos.
Por lo que la meta a perseguir cada día es la apertura de espacios de participación comunitaria, que hagan posible el reflejo de la solidaridad ante el dolor del otro, procurando derribar los muros que nos imposibilitan el acercarnos los unos a los otros, y erigiendo a su vez, puentes de entendimiento, perdón y reconciliación que nos encaminen a brindarnos el gran abrazo de la paz.
Finalmente es importante, hacer un ejercicio sincero de reconocimiento interior, que nos lleve a identificar aquellas cosas que dentro de sí deben ser restauradas, porque es más fácil y convincente promover una educación por la paz, partiendo de tu vivo ejemplo. ¡Construyamos la paz!