La sociedad dominicana está conmocionada sensiblemente por un oleaje abrupto de violencia; fenómeno eruptivo éste, que debemos intervenir como Estado, con la celeridad estratégica y efectiva que requiere esta preocupante problemática social.
En ese orden, se han elevado un conjunto de voces que provienen de diversos sectores o expresiones de la vida nacional, en las que se refieren a la decadencia que estamos experimentando como colectividad, por la carencia o ausencia cada vez más arraigada, de los valores que sustentan la convivencia humana.
Todo parece indicar que la incapacidad en el manejo de la inteligencia emocional ante los conflictos, está causando estragos en la construcción de relaciones sociales más saludables y una cultura de paz.
En ese sentido, se observa que la frustración, impulsividad, indiferencia y la irreflexión se está haciendo eco tendencioso en los diferentes ámbitos de socialización de la ciudadanía. El relajo de fantasear con matar en la interacción social, se está ejecutando de lo imaginario o virtual a lo real con cierta facilidad y sin límites.
Es por ello, que se hace cada día más notoria la falta de respeto hacia la vida misma; actitud negativa ésta, que viene erosionando el ejercicio de la capacidad de asombro; y eso es sumamente peligroso, ya que perder la sensibilidad social o el dejar de asombrarnos y sorprendernos es un síntoma de que algo está fallando en nuestro sistema.
Esa violencia que nos preocupa, tiene una dinámica o efecto expansivo con estructura espiral cancerígena, ya que cualquier acto violento por simple que pueda verse, posee probabilidades altas, de generar o desencadenar como respuestas otros actos violentos de igual o peor magnitud, si no se le presta la debida atención, mediante el diseño, implementación y monitoreo de políticas preventivas idóneas.
No podemos seguir legitimando con nuestra apatía, aquellos comportamientos, acciones o malas prácticas que validan o normalizan la cultura de la violencia y que por ende atentan contra el ser humano. La violencia es un problema social, que se aprende como una vía de resolver o dar respuestas a dificultades; y por tanto también se debería poder desaprender, desde la transformación misma de la persona.
Dada esa situación, se demanda con mayor rigor de la promoción continua y firme de una cultura de Paz, como vía para arribar a soluciones que afiancen la convivencia armoniosa entre las personas.
Partiendo de la realidad expuesta, proponemos algunos enfoques o ideas para la construcción de una cultura de paz en la República Dominicana:
Promover como Estado, la cultura de paz como un estilo o filosofía de vida, a través de políticas públicas definidas; con las que se puedan generar acciones de reflexiones que sensibilicen al individuo para internalizar de manera convincente, los medios para la construcción de una cultura de paz.
Para este fin, es fundamental impulsar la formación de una cultura cívica con actitudes basadas en la participación, la práctica de la no violencia activa, el diálogo, la tolerancia, la solidaridad y el respeto mutuo.
En ese mismo orden, es oportuno crear espacios para el desarrollo de actividades en la formación de habilidades sociales para construir una cultura de paz. Esos espacios para el diálogo deben promover el perdón y la reconciliación dentro del marco de la Justicia Restaurativa y en el ambiente comunitario.
Asimismo, urge fortalecer la educación por una cultura de paz. A tal efecto, se hace apremiante trabajar con los estudiantes procesos pedagógicos que conlleven a formar en la construcción de paz; lo que facilitará la comprensión del proceso que conduce a la plena realización de la misma, a la sana convivencia, a la participación democrática y a la resolución de conflictos.
Al respecto, es necesario mejorar la relación Estado – Escuela – familia, para lograr mayor compromiso y participación, en cuanto a la edificación de entornos seguros y positivos en el contexto educativo. Esto facilita que se aprenda a respetar las leyes, a defender y promover los derechos humanos e ir arraigando en cada ser humano una sólida cultura de paz.
También, desarrollar la resolución alternativa de conflictos, como herramientas para alcanzar la convivencia pacífica anhelada: es que, para poder contribuir al fortalecimiento de una cultura de paz, es pertinente proponer la implementación de estrategias de resolución pacífica de conflictos como la mediación, considerándola como política social que incida en la gestión y transformación positiva de los mismos.
Para tales fines, es necesario fomentar la habilitación de Espacios de Mediación de Conflictos en las diferentes comunidades del país. Con dicha medida se refuerza la capacidad de diálogo de la ciudadanía, contribuyendo de este modo a la construcción de la paz, al ejercicio de democrático y a la seguridad ciudadana.
Finalmente, implementar estrategias y políticas sanitarias de salud mental, cultura de paz y buen trato; con acciones orientadas a la recuperación de la salud mental de las personas, no sólo atendiendo los trastornos mentales sino también los problemas psicosociales graves, como los diversos tipos de violencia, los cuales generan consecuencias que de no ser abordadas contribuirán a reproducir de generación en generación este problema.
Si estás lo suficientemente preocupado por un resultado, posiblemente harás algo para solucionarlo. (Williams James)