La productividad es la capacidad de optimizar los rendimientos con las inversiones. Puede ser definida, al mismo tiempo, como “la relación entre la cantidad de productos obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción”
“La excelencia es un arte ganado a base de entrenamiento y hábito. No actuamos correctamente porque tengamos excelentes virtudes, sino que somos virtuosos porque actuamos correctamente. Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia, entonces, no es un suceso, sino un hábito”. (Aristóteles).
Del 22 al 26 de mayo de 2022 se reunieron en Davos 2,500 líderes que abordaron 6 temas que alumbra lo que vendrá:
1. Ucrania pone de manifiesto la importancia de la cooperación global.
2. Las tres crisis interconectadas: climática, energía y los alimentos.
3. No uses la palabra con “R” (pero podría venir de todos modos).
4. La preparación para la próxima pandemia requiere terminar con las disparidades sanitarias.
5. Género, desigualdad y empleos del mañana (educación, salud y el cuidado).
6. Nuestro futuro es digital.
Cuando vemos lo que aconteció allí, estamos en presencia, a nivel mundial, “de la aceleración del empleo y las competencias, pasando por la colaboración en materia de ciberresiliencia y el metaverso”. En la omnipresencia de la tecnología digital, una enorme disrupción nos acompaña en lo social, político, económico, cultural, educativo. Sencillamente, ya no podemos ser iguales que ayer.
En esa encrucijada nos encontramos como sociedad, sin embargo, las elites no se sienten identificadas con el desafío, porque operan siempre desde una perspectiva sumamente reactiva. No advierten, no miran en el horizonte, para actuar de manea proactiva, en función de una visión bien construida y mejor creída, compartida y comprometida.
La productividad en una sociedad tiene que ser definida, en gran medida, con el cuerpo de ventajas comparativas que tengamos como país. La grandeza que tengamos está en cómo agregar valor a esas ventajas comparativas para transformarlas en ventajas competitivas, merced al capital humano. La productividad no es producción. Es la acción de la eficiencia y la eficacia, operada con calidad. Es la relación de insumos y productos. Vale decir, la cantidad que invertimos en el costo de producción y los logros alcanzados, la rentabilidad, económica y/o social.
La productividad es la capacidad de optimizar los rendimientos con las inversiones. Puede ser definida, al mismo tiempo, como “la relación entre la cantidad de productos obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción”. También puede entenderse como la relación entre los resultados y el tiempo utilizado para obtenerlos. Pero, la productividad ha de tener como eslabón principal al capital humano, que en la sociedad postcapitalista, al decir de Peter Drucker, el conocimiento sustituiría a la tierra, el trabajo y el capital.
A lo largo de los últimos 33 años hemos arribado a una revolución de tal magnitud, que visualizada en toda su grandeza, nos abruma. De la Sociedad del Conocimiento y de la Información pasamos al Internet de las cosas. Del Internet de las cosas a la omnipresencia digital, que con su impacto en la manera de hacer las cosas penetró en las honduras de la de la inteligencia artificial, de la robótica, de la nanotecnología, la biotecnología. Una permanente destrucción creativa que lo acelera todo, empero, que dejará y está dejando a millones de personas fuera.
De ahí la importancia de que nos aboquemos a definir, delinear, para aposentarnos de lo que queremos ser y vivir como nación. ¿Qué hacer con las ventajas comparativas para transformarlas en ventajas competitivas?
a) Más de 204 playas.
b) De las 10 playas mejores del mundo, tenemos alrededor de 4.
c) Ventaja geográfica, cerca del país más poderoso del mundo.
d) Una infraestructura vial que nos coloca en el Foro Económico Global en un ranking positivo.
e) 8 aeropuertos (en 48,442 km²)
f) 13 puertos marítimos (Multimodal Caucedo, Arroyo Barril, Samaná, Azua, Barahona, Boca Chica, Manzanillo, Puerto Plata, San Pedro de Macorís, Cabo Rojo, Haina, Santo Domingo, La Romana, Puerto Amber Cove).
g) Contamos con una belleza singular, sin par, donde el dominicano es inteligente, con una nobleza exquisita.
Esas ventajas comparativas tienen que ser transformadas en ventajas competitivas, para ello se requiere una revolución verdadera de la educación, que es la espina dorsal del capital humano. El capital humano es la suma de conocimientos, habilidades, destrezas y experiencias del ser humano. Se obtiene con el conocimiento, que es saber. Con la habilidad, que es saber hacer, que significa la transformación del conocimiento a resultados, que, a decir verdad, es la competencia no el conocimiento per se. Se requiere del buen juicio y la actitud. El capital humano es el patrimonio invaluable de toda organización, de toda sociedad.
En el capital humano reside el espacio, el lugar de las ideas, de la innovación. Como diría un experto en gestión humana “el dinero habla, pero no piensa. La máquina trabaja, pero no crea”. Sin embargo, tener personas no significa que tengamos talentos para hacerle frente al enorme desafío que tenemos en frente. Talento significa tener personas dotadas de competencias. Sucede que en República Dominicana tenemos solo un 20% de personas en las universidades. El 90% de la matrícula universitaria está concentrado en carreras tradicionales como derecho, contabilidad, administración, mercadeo. Contamos, en la actualidad, con alrededor de 1,800,000 profesionales universitarios.
De los 4,700,000 empleos. 2.2 millones son empleos formales y 2.7 millones informales. De los 4.7 millones, la tasa de empleos ocupados por universitarios apenas llega a 25%, un equivalente a 1,185,429. Los empleos de personas que llegaron a la primaria son 1,439,933, que representa un porcentaje de 31%. Los bachilleres son 1,962,818 para un 42%. Los que no saben leer que ocupan puestos son 186,116, para un peso de 3%. Como vemos, según los datos del Banco Central, estamos en presencia de un capital humano muy endeble, que no responde a la Sociedad del Conocimiento y de la era digital. De igual manera, expresa los tipos de trabajos que se generan en el mercado laboral dominicano.
Los actores empresariales deben de empujar ahora a los actores políticos para realizar un golpe de timón, una verdadera cruzada, que tenga como puente un pacto político social-institucional que aborde la problemática de la educación y la seguridad ciudadana, con visión país, así como la cuestión de la inmigración. Esos son temas estructurales que no pueden ser asumidos por un partido político en particular. Ha de existir un involucramiento y un compromiso de nación, país, estado, sociedad.
Nos encontramos, como nos dice Jeffrey D. Sachs en su libro Las edades de la globalización, en la Edad Digital, que es la conectividad, computación, inteligencia artificial, donde la energía será solar y eólica, enclavados en la industria de redes digitales y el transporte será el espacio virtual y los ejércitos, la guerra cibernética. Es ese mundo de la omnipresencia digital donde la creatividad y la innovación vuelan a una velocidad desconocida hasta entonces. Se amerita de un patrimonio invaluable, que es el capital humano, que es el capital variable que trasciende al capital natural, al capital financiero. El capital humano es el que hace posible obtener la competitividad y la productividad en una visión sistémica e integral.
Pero, ¿qué es la competitividad? La competitividad, para Idalberto Chiavenato, se refiere “al grado en que una nación puede, en condiciones libres y justas de mercado, producir bienes y servicios que sean aceptados en los mercados internacionales, mientras que, al mismo tiempo, mantiene y expande las ganancias reales a sus ciudadanos”. Para el Foro Económico Global, la competitividad se define como “el conjunto de instituciones políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”.
Necesitamos crear una economía competitiva, que es, en esencia, una economía productiva, que significa verdaderamente más ingresos, más bienestar y, por lo tanto, no basado el crecimiento de una economía en el consumo, vía las importaciones y el endeudamiento, que ha sido el modelo instalado desde el 2000. Urge la tarea de sincronizar la economía del cuidado, la economía de naranja.
En este periodo de campaña electoral los actores sociales y empresariales deberían exigir ideas y propuestas alrededor de puntos cruciales, estructurales de la sociedad dominicana, que nos lleven a un mejor estadio de desarrollo. Desde la sociedad civil debemos de plantear un programa mínimo, que se lleve a cabo independientemente de quien gane las elecciones. Las tensiones sociales y estructurales están ahí y no pueden procrastinarse más.
Hay que pedir a los actores políticos que dejen atrás el paradigma de “prejuicio de retrospectiva”, que creen que siempre tienen razón desde el principio. La verdad es que se necesitan nuevas miradas y mejores decisiones, articulando más el cerebro izquierdo.