El Vaticano.-
Cuando un grupo de expertos leyó en voz alta algunos de los angustiosos testimonios que habían recibido de víctimas recién descubiertas de abusos sexuales en la Iglesia católica portuguesa, los obispos destacados del país se veían visiblemente incómodos en las primeras filas del auditorio.
En una intervención televisada en vivo, los expertos reportaron en febrero que al menos 4.815 niños y niñas habían sufrido abusos desde 1950, la mayoría entre los 10 y los 14 años.
Antes de esos impactantes hallazgos, los líderes de la Iglesia portuguesa habían reiterado que sólo se había producido un puñado de casos de abusos sexuales en el clero. Perdieron aún más credibilidad con una respuesta tan torpe y vacilante que el primer grupo de defensa de los sobrevivientes en Portugal inspiró a las víctimas para reclamar compensaciones.
El papa Francisco entrará de lleno en todo el proceso de reflexión en Portugal, en torno a ese legado de abusos clericales y encubrimientos, cuando llegue a Lisboa el próximo miércoles para participar en el Jornada Mundial de la Juventud, un evento internacional de jóvenes católicos. Aunque no hay menciones al escándalo en la agenda del pontífice, se espera que se reúna con víctimas durante su visita.
Francisco también visitará el santuario de Fátima, una localidad rural portuguesa que es uno de los destinos de peregrinaje más populares de la Iglesia católica. En 1917, tres niños pastores portugueses dijeron haber tenido visiones de la Virgen María sobre un árbol allí, un acontecimiento destacado de la historia católica del siglo XX.
Antonio Grosso, que dice que sufrió abusos sexuales en un antiguo albergue religioso para niños en Fátima en la década de 1960, señala el drástico contraste en la actitud de la Iglesia.
as autoridades eclesiásticas “no creen lo que les dicen las víctimas, pero sí creen a niños pequeños que dicen que han escuchado a la señora sobre (un árbol)”, dijo el empleado bancario retirado, de 70 años.
Portugal ha sido el país que más recientemente enfrenta décadas de abusos de sacerdotes y encubrimiento de obispos y superiores religiosos. Sin embargo, los líderes de la Iglesia portuguesa parecen haber aprendido poco de sus colegas en Estados Unidos, el resto de Europa y América Latina, que enfrentaron crisis similares.
Desde la publicación del reporte, la jerarquía portuguesa ha ido cambiando de opinión sobre el posible -aún no decidido- asunto de pagos de reparación a las víctimas. Ha titubeado a la hora de suspender a miembros activos del clero señalados en el reporte.