“El mundo como lo hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. No puede ser cambiado sin cambiar nuestro pensamiento”. (Albert Einstein).
Nuestro desafío en esta coyuntura es, cómo abordamos la necesidad de renovar la democracia.
Hemos llegado a un punto de inflexión donde los más acreditados organismos internacionales del establishment nos diagnostican y glosan, desde hace más de 20 años, que debemos tener una nueva mirada, un nuevo pensamiento, para renovar esta democracia, a fin de hacerla más inclusiva, más institucional.
Me aterra ver como hay actores políticos cuestionando la admonición de la Junta, que de verdad tiene sus falencias (La inobservancia de las tres sentencias del Tribunal Constitucional), empero, los apologistas del desorden de la precampaña y campaña, postulan su defensa de vallas y caravanas en una dimensión de mezcolanza mediática de verdad y manipulación: no es verdad que se violan los artículos 48 y 49 de Derechos fundamentales de libertad de reunión y de expresión. Lo que si debemos resaltar es el principio de favorabilidad y de legitimidad para los ciudadanos y la población dominicana.
¿Cómo es posible que haya partidos políticos negando lo que los habitantes de esta media isla abogan? Tranquilidad y menos ruido, tanto visual como auditivo. La regulación y control es solo en la precampaña. En la proclama de la CAMPAÑA podrán hacer lo que los ha venido caracterizando: grandes en las cosas pequeñas y pequeños en las cosas grandes.
El promedio del tiempo de campaña en los países de la región es de 68 días. No existe esa disposición “genial” de los actores políticos nuestros de consignar en la Ley 33-18 la precampaña.
Para la partitocracia fue una manera, en su enorme tigueraje político, de aplacar las voces de la sociedad que clamaban por una regulación y control del tiempo de campaña. Subvierten en la praxis, desfiguran y desdibujan, lo que categoriza a la precampaña y la campaña.
Con mucha brillantez uno de los mejores presidentes que ha tenido América Latina, el destacado sociólogo brasileño Fernando Henríquez Cardoso, señaló “Nuestro desafío consiste en superar la brecha entre el demos y la res publica, entre la gente y las instituciones de interés público, recomponiendo el tejido que pueda reconectar el sistema político con las demandas sociales”.
Actualmente hay una profunda desconexión, una verdadera crisis de representación, de intermediación, entre la ciudadanía y los partidos políticos. En todos los estudios de opinión resalta como la mayoría de los ciudadanos, no solo que no están inscriptos en las organizaciones partidarias, sino que no se sienten identificados ni representados.
Es por sus resultados y referencias, cual si fueran una especie de mugre. Mugre en el campo político que se expande en la mugre social, por la desigualdad y desintegración social que acogota a la sociedad dominicana. Tenemos cuatro agendas societales con necesidades abismales en tan poco territorio. Así como una desigualdad territorial de 4 a 1, de 10 a 1, en solo 48,442 km 2.
En este capitalismo digital, con la inteligencia artificial, con la medicina regenerativa, con el Internet de las cosas, en medio de la quinta revolución industrial, aquí, dada la profunda deuda social acumulada, nos encontramos con retos de la etapa pre industrial del capitalismo. En muchas zonas de nuestro pequeño país lo que significó la era moderna del capitalismo industrial, no ha hecho guiño de saludo y por supuesto, de llegada.
Como sociedad, ameritamos una agenda mínima de reformas estructurales que medie, por decirlo así, un nuevo contrato social. Un contrato proactivo, con un horizonte, un compromiso de verdadero ocuparse. Esa agenda revolucionaria al país en todos sus contornos y entornos, para no hacer de la vida política tan insípida, con tan poca creatividad e innovación. Como si un neurobiólogo diagnosticara que el cerebro de la casta política se agotó o se difuminó, tanto que, en sus tareas e intereses personales, el espacio público – colectivo de la vida política no cobra sentido ni valor.
Un contrato social o un consenso político sin ruptura, empero, con verdadera asunción renovadora que atraviesa por entender que no es posible que:
1) Que la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo está ahí y le quedan 7 años para su expiración.
2) Que el 17 de agosto de 2024, gane quien gane, tiene que comenzar a la discusión de una Reforma Fiscal Integral. Progresiva, que incluya una Ley de Responsabilidad fiscal.
3) Que no podemos seguir con un modelo económico donde el 78% de los que trabajan ganan menos de RD$30,000.00.
4) Cada año entran al mercado laboral, la población económicamente activa, alrededor de 100,000 a 110,000 jóvenes. Tenemos 4.7 millones de empleos (formales e informales). En términos absolutos, es más que el empleo pre-pandemia. Sin embargo, al ritmo de la PEA, deberíamos tener realmente, 5,100,000 empleos.
5) La precariedad de los empleos: 57% son empleos informales. Un terrible drama social, dantesco, a mediano y largo plazo para la seguridad social. La mayoría de los empleos informales no cotizan y la tabla de reemplazo tenderá a dilatarse en el tiempo.
6) La PRODUCTIVIDAD laboral ha aumentado en nuestra formación social, no obstante, hemos tenido en los últimos años un estancamiento salarial. Se infiere que la competitividad de algunos sectores empresariales se debe a la súper explotación de la fuerza de trabajo y no a causas de nuevas estrategias de innovación, así como en la mejora de la calidad del capital humano.
7) Un país que cada día más depende del turismo debe tener claramente definida, en línea con objetivos y metas, su estrategia de seguridad. Ahondar en los factores estructurales, la violencia estructural, el andamiaje de la cultura como mecanismo de tolerancia, de mirada a la diversidad y por el otro lado, la visión que tenemos del poder y las ventajas de esta vía, lo institucional. La violencia, ha de visualizarse como una agenda país que no podemos politizar y mucho menos exagerar para sacar capital político.
Ninguno de los partidos políticos que ha estado en el poder se puede vanagloriar, desde el 2003 a la fecha. Hoy, como desde el 2013, República Dominicana puede exhibir una tasa de homicidios muy por debajo del promedio de América Latina. Estamos frente a una poli crisis mundial y, desde 2021 para acá, no hay ningún país en el mundo que no haya aumentado su tasa de homicidios. Todos los informes internacionales así lo verifican y aluden. ¡Mientras sigamos en la dermis toda la problemática de violencia, en su naturaleza social y de criminalidad, tenderán a subir y bajar como un péndulo permanente, si no nos adentramos a los factores sociales que las anidan y las incumban!
Es la necesidad de generar, aumentar la cohesión social. La cohesión social es “el grado de integración, solidaridad y armonía de ciudadanía a su comunidad y sociedad”. Normas, valores y creencias interactúan para hacer posible el mayor grado de integración o de alejamiento. Los proyectos colectivos con amplios espectros de ideas, propuestas y objetivos coadyuvan con la cohesión social, de ahí que sea un baluarte nodal para la construcción, renovación y funcionamiento de la democracia. La democracia radica en las negociaciones de los intereses en disputa, en la búsqueda de equilibrios entre los actores políticos y sociales, en función de los valores en que descansa ella.
La cohesión social pauta, en la hegemonía cultural, para un mejor control, donde no imperen los aparatos coercitivos del Estado y ayuda a cristalizar una mejor conformidad, dado el alcance de una paz social cierta, real, evitando consigo la calamidad de una mayor desviación y anomia social. Más y mejor cohesión social posibilita mayor alcance y nivel del consenso político, yugulando esta mugre que se desliza en la desigualdad y la desintegración social.
Es la manera de aprovechar el calendario electoral, institucional, para evitar la fragmentación y polarización que inexorablemente vendrán si no acometemos los cambios sociales, económicos e institucionales, que gravitan hoy desde ayer y nos laceran como nación, de seguir con una agenda de realizaciones del Siglo XX.
Repensar y renovar nuestra democracia es el gran desafío que debemos asumir ya. Hemos caminado en la degradación del poder, se precisa de más energía para soliviantarnos en una transición más fluida.