Para el tercer mundo, los países de Asia, Africa y América Latina, Henry Kissinger fue el delineador de una política de exterminio, que causó la muerte de millones de personas, y cercenó la libertad en decenas de países.
Llegó a la palestra política desde el sillón de la academia. Era el hombre, el bastón de intrigas, el señor de la guerra, que necesitaban los Estados Unidos, cuando se estremeció con la lucha de Vietnam, y los desacuerdos entre China y Rusia.
Sus decisiones para tratar de ganar la guerra de Vietnam llevaron a un verdadero genocidio en el sudeste de Asia, extendiendo los bombardeos de la lucha de exterminio a Cambodia y Laos. Le tocó asesorar a militares golpistas y grupos económicos que ejercieron el poder en forma brutal en toda América Latina.
No se merecía el premio Nebel de la Paz. Nunca fue un hombre de concertación sino de imposición. En su legado, no favoreció la paz, sino la guerra despiadada, el golpe de Estado, las cárceles secretas y su credo fue impulsar la figura de primera potencia mundial de los Estados Unidos, sin importar la sangre y el luto que se derramó con sus ideas.
El ex-secretario de Estado de Estados Unidos fue una figura controvertida que dejó un legado ambiguo en la política internacional. Por un lado, fue el artífice de la apertura de relaciones con China y la distensión con la Unión Soviética.
Fue el responsable de apoyar a dictaduras militares en América Latina, de violar los derechos humanos de millones de personas, por lo fue señalado como responsable de crímenes de guerra y de lesa humanidad.
¿Cómo se puede explicarse esta contradicción? Algunos lo defienden como un genio de la diplomacia, un realista que supo defender los intereses norteamericanos y promover la estabilidad mundial en un contexto de Guerra Fría.
Otros lo condenan como un criminal, un imperialista que actuó con cinismo y arrogancia, sin respetar el derecho internacional ni la soberanía de los pueblos. Kissinger fue un hombre de ideas y poder, que ejerció una gran influencia sobre los presidentes Nixon y Ford.
Nadie en los Estados Unidos tiene la malicia de calzarse sus zapatos. Un personaje que parió la guerra fría y que eternizó su dominio ideológico hasta la muerte. Con Kissinger el poder nació de una mente que se regocijaba entre el genocidio político y la fina sensibilidad del académico. El mundo de hoy necesita paz, y no señores de la guerra. ¡Ay!, se me acabó la tinta.