El Papa recibe a los miembros de la Oficina del Auditor General de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano. En el discurso entregado el Pontífice pide transparencia absoluta. Pensando en el compromiso de algunos hacia los necesitados, invita a continuación a hablar con quienes necesitan amistad, porque "muchas veces una sonrisa y una palabra valen más que un plato de pasta".
La fidelidad y la honestidad caracterizan a quienes trabajan para la Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano, sin embargo "la lisonja de la corrupción es tan peligrosa que es necesario estar muy vigilantes". Esta es la petición que Francisco dirige a los miembros de la Oficina del Auditor General, recibidos hoy en audiencia y a quienes entregó su discurso, invitándoles a la transparencia y a no ceder "a la insidia de la corrupción".
Sé que ustedes dedican a ello una gran atención, con un trabajo cuyos frutos se gestionan al mismo tiempo con firmeza y con misericordiosa discreción, porque, sin perjuicio de la necesidad de absoluta transparencia en cada acción, los escándalos sirven más para llenar las páginas de los periódicos que para corregir en profundidad los comportamientos. Los invito, además, a ayudar a los responsables de la administración de los bienes de la Santa Sede a crear las garantías que puedan impedir, "aguas arriba", que se materialice la insidia misma de la corrupción.
Independencia, atención a las prácticas internacionales y profesionalidad: estos son los valores que caracterizan a la Oficina del Auditor General de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano, instituida por Francisco en 2014 con el Motu Proprio Fidelis dispensator et prudens, así como una entre las Autoridades Anticorrupción, como recuerda Francisco, "en virtud de la Convención de Mérida, a la que la Santa Sede se adhirió en 2016 también en nombre del Estado de la Ciudad del Vaticano".
En cuanto a la independencia, Francisco recuerda cómo esta Oficina no depende "jerárquicamente de otras entidades", lo cual, "lejos de significar arbitrariedad", se entiende como el ejercicio de "la responsabilidad de una acción siempre bien pensada e inspirada en el más alto principio de la caridad".
Es importante que el espíritu de corrección fraterna los guíe siempre, incluso cuando sea necesario señalar prácticas contables y administrativas que no se ajusten a las normas y situaciones a corregir. La Palabra de Dios nos enseña que "el Señor corrige a los que ama, como un padre corrige a su hijo predilecto" (Pr 3,12). Recordemos estas palabras que acompañan a la corrección: amor y paternidad, siempre, sin ceder a la tentación del protagonismo fácil.
Francisco se refiere después al espíritu sinodal, para subrayar la importancia de la colaboración entre los Dicasterios de la Curia, "especialmente con los organismos económicos", evitando "competiciones que pueden convertirse fácilmente en rivalidad, incluso a nivel personal".
El Papa pasa después al segundo aspecto, el de la atención a las prácticas internacionales, precisando la importancia de "promover la aplicación de las mejores de ellas, para favorecer la equidad y alinearse con el resto de la comunidad internacional, siempre, claro está, que las normas no estén en contradicción con las enseñanzas de la Iglesia". Por último, el tercer valor, el de la profesionalidad, que cada miembro de la oficina ha adquirido con el tiempo, escribe Francisco, que agradece a los empleados que se pongan al servicio de la Santa Sede, señalando también la importancia de invertir en formación para "mantener elevados estándares profesionales", y en mantenerse al día para seguir "la continua evolución de las numerosas y complejas normas que regulan la revisión".
Para concluir, el Papa subraya el compromiso de algunos miembros de la Oficina en el comedor de Cáritas:
Es algo hermoso, y les digo: háganlo con el corazón abierto, con sencillez y gratuidad, y encuentren el tiempo para hablar con estas personas y escuchar sus historias. A menudo se encuentran personas que necesitan amistad, pero están solas. Muchas veces una sonrisa y una palabra valen más que un plato de pasta.