El jazz y el tango están más hermanados de lo que parece. Son músicas con alma, muy populares. Músicas que se gestaron en ciudades portuarias (a orillas del Río de la Plata acá y del Mississippi allá), que tienen influencias africanas y que, en sus inicios, eran marginales, con cierta tristeza del desarraigo. Tanto el jazz como el tango se tocaban en arrabales o burdeles y después se fueron ampliando y orquestando. Son géneros parecidos en su gestación y también en su evolución.
Mi primer recuerdo con el tango es un concierto del Sexteto Tango, el grupo donde tocaba mi papá Osvaldo. Yo tenía 4 ó 5 años cuando la orquesta interpretó “Fuegos Artificiales”. En un momento dado, los violines empezaron a sonar como cañitas voladoras. Ese instante fue único y revelador para mí.
La música me había hablado, pero ¿cómo? ¿De qué manera? ¿Sin palabras? También me acuerdo de que, un día, mientras ayudaba a afinar el fueye a mi viejo -se lo afinaba él mismo con un aparato a pedal que se había armado, y un afinador electrónico que se trajo de alguna gira a Japón, vanguardia pura- me dijo algo referido a que el discurso musical se repite, que no siempre está sucediendo algo nuevo. No recuerdo la conversación entera porque yo era muy pibe, pero esas palabras me marcaron a fuego.
Con mi hermano Daniel, también bandoneonista, íbamos a los ensayos en la sala Asociación del Profesorado Orquestal (APO), frente al Paseo la Plaza y luego religiosamente salíamos de ahí con todos los músicos a comer “Super Vermicelli” con pesto a Pippo. Esto también fue parte de mi aprendizaje sobre qué es el tango.
Nos cruzábamos en SADAIC con Julián Plaza, Víctor Lavallén, Alcides Rossi, Cacho Herrero (entrañable amigo de mi padre) o Emilio Balcarce, quien también dijo algo que me quedó grabado en la memoria: un arreglo tiene solo una o dos buenas ideas. Fui testigo de ejemplos de trabajo, de entrega.
Lo vi a Alejandro Zárate de muy chico entrar en el Sexteto Tango con mucho compromiso y dedicación. Venía en un inolvidable Fitito prácticamente todas las noches a ensayar con la fila de fueyes en mi casa.
Alrededor del año 87, yo aún muy chico, conocí al maestro Don Osvaldo Pugliese, cuando aún no era Santo de los Músicos pero llamaba la atención mientras se abría paso entre las multitudes con su lento y porteño andar.
Era mayor y ya no oía demasiado bien, por lo que las charlas las teníamos siempre con ayuda de Lidia, su esposa.
Pasábamos las fiestas en el Club de Pesca Mar del Plata, donde alguna vez se sumó Juan José Mosalini, quien andaba de paso.
No me voy a olvidar que nos encontramos en un bar de Avenida Peralta Ramos para darle una carpeta con las partituras de “Bordoneo y 900″ que luego grabó en Francia y llegó hasta Disney.
Mi papá falleció y Pugliese hizo varios conciertos e inclusive una gira en su homenaje.
En el año 94 nos fuimos con mi familia en el micro con la orquesta.
Visitamos Rosario, Córdoba y Montevideo dando conciertos en homenaje a mi papá y terminando las noches en largas tertulias.
Por otra parte, el jazz llegó a mi vida por el lado académico, por las clases.
Cuando estudiaba en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) conocí mega clásicos como “Autumn Leaves”, “All Of Me”, este tipo de standards. Luego, me fui acercando desde el tango: con el Octeto Buenos Aires de Piazzolla, donde improvisa todo el grupo y hay textos conceptuales de Astor.
Un tiempo después llegué a Miles Davis con John Scofield.
Luego vino Ballads de Coltrane. En una gira por España vi en un tremendo festival a Maceo Parkertocando su disco Schools Inn, que aún escucho incansablemente.
Todo eso me fue enamorando de un género libre y riquísimo, que camina de la mano con el tango, aunque hablen idiomas distintos.
Desde Dizzy Gillespie con su versión de “Vida Mía”que arregló Osvaldo Fresedo, Louis Armstrong con “El Choclo” y Astor Piazzolla donde en su tema “Tristezas de un doble A” improvisa de manera celestial, el vínculo entre el tango y el jazz viene de lejos y hace tiempo.
Eso quisimos reflejar en este disco que estamos editando con Tangology, este nuevo proyecto que llevo adelante con Juan Corrao. Potrero tiene siete temas con el tango como lenguaje principal, y arreglados e interpretados con la improvisación y la libertad propias del jazz, lo que resulta en un nuevo lenguaje que, quién te dice, no termine siendo la música de un Buenos Aires del futuro.