La Organización de los Estados Americanos (OEA), al igual que todos los organismos surgidos concomitante o posteriormente en África, Asia, etc., tuvo desde sus inicios la vocación hacia la búsqueda de la concordia entre las naciones, procurando siempre apaciguar los conflictos de forma tal que la convivencia civilizada fuera su principal divisa.
La denominada solución pacífica de las controversias es principio fundamental que marca la pauta a la Organización de las Naciones Unidas, en primer lugar, y a esos órganos regionales, de manera particular, en este caso la OEA.
Sin embargo, un resbalón muy relevante en el discurrir de la OEA fue haberse convertido en prestanombres para lavarle la cara a la intervención de tropas estadounidenses en nuestro país en 1965, una afrenta por la cual en esa organización nunca se ha dado una disculpa sincera a la República Dominicana.
Luego de aquella canallada de la OEA, hay que decir que el organismo regional se había cuidado de no ser parte beligerante en ningún conflicto interno de los países miembros, hasta que—por no se sabe cuál accidente del destino—vino a recalar a su dirección un personaje lúgubre y nefasto como Luis Almagro.
Este individuo, cuyo mandato de largos y tristes 10 años está llegando a su fin, se les escabulló a los líderes del Frente Amplio en Uruguay, a quienes simuló ser un tipo de avanzada, cuando en realidad era una quinta columna, a quien el presidente Pepe Mujica—de cuyo mandato fue canciller durante cinco años—una vez conocido su pelaje de truhán le retiró su amistad en una carta de leyenda.
Y es que Almagro, lejos de ser un ente conciliador y abanderado de solucionar pacíficamente las disputas, tiende a posicionarse en uno de los bandos para sembrar cizaña y atizar las confrontaciones.
Ese no puede ser el papel de quien dirige una organización de la categoría de la OEA, aunque esté tan desacreditada, sino que debería constituirse en pacificador y no incendiario como ha sido el triste accionar de un uruguayo que deshonra su gentilicio.
En cualquier momento, Almagro deberá responder por su actitud sediciosa que pone en serio riesgo a millones de personas cuando incita a un país poderoso a arremeter militarmente contra uno más débil.
Por una infeliz coincidencia, en el pasado otro uruguayo, el señor José A. Mora, precisamente sirviendo como secretario general de la OEA, estampó su firma para la formación de una malhadada Fuerza Interamericana de Paz que vino a la República Dominicana a barnizar la invasión estadounidense.
Al parecer, el señor Almagro, carente de honor, se sentiría muy complacido si pudiese imitar a su compatriota autorizando la formación de un ejército multinacional para atacar otro país.
Pero, está fehacientemente demostrado que los canallas nunca acaban bien.