Unas 600.000 personas, una cifra cercana a la mitad de la población de Timor Oriental, llenaron el martes un parque junto al mar para la última misa del papa Francisco, celebrada en el mismo campo donde San Juan Pablo II oró durante la lucha de la nación por la independencia de Indonesia.
Aunque otras misas papales han atraído a millones de personas en países más poblados y ciertamente hubo otras nacionalidades asistiendo a la misa del martes, se cree que la multitud en el pequeño Timor Oriental representó la mayor participación en un evento papal de la historia, en términos de proporción de la población.
En la homilía, en español y traducida al tetum, Francisco habló de la alegría del nacimiento de un niño y afirmó que en Timor Oriental “es maravilloso lo que pasa cuando nace un bebe” y que aquí en este país “hay muchos niños” y es “un país joven en el que en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir”.
”Y la presencia de tanta juventud y de tantos niños es un don inmenso, de hecho, renueva constantemente la frescura, la energía, la alegría y el entusiasmo de su pueblo”, agregó.
Y explicó que “hacer espacio a los pequeños, acogerlos, cuidarlos, y hacernos también todos nosotros pequeños ante Dios y ante los hermanos, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor”.
Para finalizar el pontífice dijo “Estén atentos por que me dijeron q en algunas playas vienen cocodrilos. Tengan cuidado. Estén atentos, estén atentos a de esos cocodrilos que quieren venir y cambiar la cultura, que quieren cambiarles la historia, manténganse fieles y no se acerquen a esos cocodrilos por que muerden fuerte y duele mucho”.
El papa continuó su homilía pidiendo a los fieles de uno de los países más pobres del mundo: “Queridos hermanos y hermanas, no tengamos miedo de hacernos pequeños ante Dios y los unos frente a los otros; de perder nuestra vida, de dar nuestro tiempo (…) para la acogida a los demás”.
El parque de Tasitolu era un mar de sombrillas amarillas y blancas (los colores de la bandera de la Santa Sede) mientras los timorenses se protegían del sol de la tarde a la espera de la llegada de Francisco para el oficio religioso. De vez en cuando recibían un chorro de agua de los camiones cisterna que llenaban el campo con mangueras.
“Estamos muy contentos de que el Papa haya venido a Timor porque es una bendición para nuestra tierra y nuestro pueblo”, dijo Dirce Maria Teresa Freitas, de 44 años, quien llegó al campo a las 9 de la mañana desde Baucau, más de siete horas antes.
Se dice que Tasitolu fue un lugar donde las tropas indonesias se deshicieron de los cadáveres de los muertos durante los 24 años que gobernaron Timor Oriental. Ahora se lo conoce como el “Parque de la Paz” y cuenta con una estatua de tamaño mayor que el natural de Juan Pablo II para conmemorar su visita de 1989, cuando el papa polaco avergonzó a Indonesia por sus abusos a los derechos humanos y alentó a los fieles timorenses, abrumadoramente católicos.
La visita de Juan Pablo II ayudó a llamar la atención sobre la difícil situación del pueblo timorense y la opresión del régimen de Indonesia, durante el cual fueron asesinadas hasta 200.000 personas a lo largo de un cuarto de siglo.
Francisco siguió los pasos de Juan Pablo II para animar a la nación dos décadas después de su independencia en 2002. Timor Oriental, también conocido como Timor-Leste, sigue siendo uno de los países más pobres, con un 42% de sus 1,3 millones de habitantes viviendo por debajo de la línea de pobreza, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Pero los timorenses son profundamente fieles: el territorio ha sido abrumadoramente católico desde que los exploradores portugueses llegaron por primera vez a principios del siglo XVI y hoy en día aproximadamente el 97% de la población es católica. Han acudido en masa a recibir al primer papa que los visitó como nación independiente.
Las autoridades gubernamentales dijeron que unas 300.000 personas se habían registrado a través de sus diócesis para asistir a la misa, pero el presidente José Ramos-Horta dijo que esperaba 700.000 y el Vaticano había pronosticado hasta 750.000.
El portavoz del Vaticano, Matteo Bruni, citó estimaciones de los organizadores locales de que 600.000 personas asistieron al parque Tasitolu y áreas circundantes.
Los asistentes formaron fila antes del amanecer para entrar al parque, en la costa, a unos 8 kilómetros del centro de Dili. A horas de la ceremonia, las carreteras que conducían al lugar estaban congestionadas por automóviles, camiones y autobuses llenos de gente; otros caminaban por el medio de la calle, ignorando las aceras. Las temperaturas alcanzaron los 31 grados Celsius (88 grados Fahrenheit), y la sensación térmica era aún más intensa, con una humedad superior al 50%.
“Para nosotros, el Papa es un reflejo del Señor Jesús, como un pastor que quiere ver a sus ovejas, por eso venimos a él con todo nuestro corazón como nuestra adoración”, dijo Alfonso de Jesús, quien también vino de Baucau, la segunda ciudad más grande del país después de Dili, a unos 128 kilómetros (80 millas) al este de la capital.
De Jesús, de 56 años, estaba entre las aproximadamente 100.000 personas que asistieron a la misa de 1989 de Juan Pablo II, que fue noticia en todo el mundo debido a un motín que estalló justo cuando estaba terminando. Juan Pablo II observó cómo la policía indonesia vestida de civil, armada con porras, se enfrentaba a unos 20 jóvenes que gritaban “¡Viva la independencia!” y “¡Viva el Papa!”.
Según informó Associated Press en ese momento, los hombres desplegaron una pancarta frente al altar y lanzaron sillas a la policía. Una pancarta decía “Fretilin les da la bienvenida”, una referencia al movimiento independentista que luchó contra el dominio indonesio desde que Timor Oriental fue anexado en 1976 después de que Portugal desmantelara su imperio colonial de siglos de antigüedad.
Cuatro mujeres fueron hospitalizadas por heridas sufridas tras ser aplastadas por la multitud. El Papa resultó ileso.
Amnistía Internacional expresó posteriormente su preocupación por el hecho de que unas 40 personas habían sido detenidas y torturadas, aunque las autoridades indonesias en ese momento negaron cualquier arresto o tortura.
“La misa se desarrolló de manera muy ordenada y con medidas de seguridad muy estrictas”, recordó De Jesus más de tres décadas después. “Pero se vio interrumpida por un breve disturbio al final del evento”.
En muchos de los informes de la época se citaba al obispo de Dili, Carlos Ximenes Belo, para intentar llamar la atención sobre la difícil situación del pueblo timorense. Belo ganaría el Premio Nobel de la Paz junto con Ramos-Horta por sus esfuerzos por resolver pacíficamente el conflicto timorense.
Pero desde entonces la reputación de Belo ha quedado desacreditada, al menos fuera de Timor Oriental, después de que el Vaticano revelara en 2022 que había sido sancionado por abusar sexualmente de niños pequeños. Belo, que ahora vive en Portugal y tiene prohibido por el Vaticano tener contacto con Timor Oriental, parece haber sido borrado de cualquier mención oficial durante la visita de Francisco, aunque los timorenses de a pie todavía lo veneran como un héroe.
La hermana María Josefa, una monja de Cabo Verde que vive en Dili desde hace cinco años, dijo que Francisco tenía razón al hablar en general sobre el “abuso” cuando llegó a Dili el lunes, diciendo que sus palabras fueron de compasión, incluso si no mencionó a Belo por su nombre.
“Lamentablemente la Iglesia está formada por santos y pecadores, pero el Papa dejó en claro que Dios no permite este tipo de prácticas”, afirmó. “Simplemente debemos corregir, comprender a los que han caído y también tratar de levantar a los que han sufrido tanta tortura”.
Francisco ha aplaudido a Timor Oriental por el progreso que ha logrado desde la independencia y está tratando de alentar al país a fortalecer sus instituciones públicas y cuidar de los más pobres y vulnerables.
Francisco llegó al país el lunes y el martes por la mañana visitó un hogar para niños discapacitados dirigido por una congregación de hermanas religiosas. Las niñas, incluida una sin brazos, le regalaron a Francisco un chal tradicional tejido, conocido como tais, cuando llegó a la escuela Irmas Alma.
Mientras acariciaba la mano de un niño llamado Silvano en un cochecito, Francisco dijo que cuidar a niños con tales necesidades de salud “nos enseña a cuidar”.
“Así como Él se deja cuidar, nosotros debemos aprender a dejarnos cuidar por Dios, que nos ama”, afirmó Francisco.