Por Jen Sánchez
El poder político puede ser efímero cuando los líderes olvidan los valores sagrados que sostienen a una nación. Kamala Harris, una figura histórica en la política estadounidense, ha aprendido esta lección de la manera más dura: con una derrota que deja claro que la sociedad aún defiende con fervor los principios de Dios, la familia y la protección de la niñez.
Desde el comienzo de su campaña, Harris apostó por políticas progresistas que para muchos cruzaron una línea prohibida. Al presentar ideas que muchos consideran amenazas directas contra los valores familiares, Harris subestimó el poder y la influencia de aquellos que creen en una moral basada en el respeto a lo sagrado. La familia y los niños no solo son el pilar de la sociedad, sino también de la humanidad misma. La inocencia de los niños no debe ser sacrificada en el altar de la política ni sometida a experimentos ideológicos. Sin embargo, su campaña fue percibida como un ataque directo a estos principios.
La derrota de Kamala Harris es más que un revés político; es un mensaje contundente de una sociedad que aún valora profundamente lo espiritual y rechaza cualquier intento de quebrantar la unidad y pureza familiar. Mientras que ciertos sectores la aplaudían por su "valentía" en abordar temas controversiales, la mayoría de la nación, silenciosa pero poderosa, estaba observando con alarma cómo una agenda que iba en contra de la familia intentaba abrirse paso. La reacción fue clara y rotunda: en el momento de votar, el pueblo eligió sus valores y dijo “no” a quien no los respeta.
La familia, como institución divina y humana, es la base sobre la que se construyen las generaciones futuras. Y aquellos que buscan el poder deben recordar que no hay éxito duradero si para alcanzarlo se pisotean estos principios sagrados. La derrota de Harris no solo es un rechazo a sus políticas; es un recordatorio de que la sociedad no permitirá que se juegue con el futuro y la pureza de sus niños.
Hoy, Harris y aquellos que apoyaban su agenda enfrentan una realidad innegable: el poder real reside en los valores, en los principios que no se negocian y en la protección de los más vulnerables. Cualquier agenda que los desafíe encontrará, como ha quedado claro, la fuerza imparable de una mayoría dispuesta a defender lo que realmente importa. Esta elección ha reafirmado que ni el cargo más alto puede prevalecer si intenta desafiar el núcleo que mantiene firme a la humanidad: la familia y la inocencia de sus hijos.