“El cambio es la norma; a menos que una organización vea que su tarea es liderar el cambio, esa organización no sobrevivirá”. (Peter Drucker).
La gerencia es el arte de hacer que las cosas sucedan. La eficiencia es el aglutinador de:
a) La capacidad de priorizar en función de los recursos y la realidad.
b) Capacidad de alinear los recursos, los talentos, en tanto el contexto y los objetivos.
c) Es la capacidad de no solo manejar el cambio, sino al mismo tiempo de adelantarse a él.
d) Tomar en cuenta procesos, procedimientos, tareas, tramitología y la permisología.
e) Sistematizar, a fin de cuentas, para hacer más con menos.
f) La eficiencia conduce, no inevitablemente, pero la contiene, a la efectividad y pondera plausiblemente la calidad. La calidad constituye el eje articulador, como axioma del bienestar de la gente.
g) La eficiencia bien llevada coadyuva de manera catalizadora y catapultadora la ponderación de agregar valor, para dejar atrás los espacios en blanco.
h) La eficiencia ahorra dinero, tiempo, descanso y permite al ser humano, mayor grado de autonomía para la creatividad e innovación.
i) En fin, como señala ese gran gurú de la gerencia moderna, Peter Drucker: “La eficiencia es hacer correctamente las cosas. La eficacia es hacer las cosas correctas. Optimización de recursos y satisfacción de los actores involucrados”.
Por lo tanto, la eficiencia como médula espinal de transformación, penetra en la disrupción sistemática con imaginación, no solo para destruir la sofocación y el condicionamiento, sino para el desarrollo de toda organización, empresa o Estado. La eficiencia, como mecanismo de una loable cultura organizacional, lleva denodadamente a la gente a estar en una motivación tanto extrínseca como intrínseca. La singularidad de la eficiencia hace saltar, brotar por todas partes la especificidad de la mutación y anula la mediocridad.
Por eso, la eficiencia ruptura todo germen de parasitismo y asume, como norte esencial, la meritocracia en el capital humano. En una concepción holística de la eficiencia, el liderazgo que la lleva a cabo, no puede manipular. Como decía Simón Sinek “Existen solamente dos maneras de influir en el comportamiento humano. Puedes manipularlo o puedes inspirarlo”. La eficiencia llevada al plano de las instituciones del Estado, es lo que se denomina burocracia. La categoría burocracia fue formulada por el sociólogo alemán Max Weber, viene del francés “Burroughs”, que significa realización merced al saber.
Una burocracia “es una jerarquía de autoridad y responsabilidad que la organización formal utiliza para coordinar sus actividades con miras a lograr sus metas”.
La burocracia constituye por así decirlo, el salto de las relaciones de poder, de dominación de la hegemonía tradicional y carismática, a la racionalidad legal. Esto es, un corpus doctrinario en la dirección normativa, institucional, del funcionariado con acceso al Estado. La burocracia se conforma en las organizaciones altamente estructuradas.
La burocracia viene a ser el conjunto de procesos, procedimientos, tareas, tramitología, permisología, que se pautan para la cristalización de un objetivo. Es el alcance de acciones y decisiones que hay que llevar a cabo para alcanzar una meta, un desafío determinado, un objetivo concreto. Para Max Weber, la burocracia comporta ciertas características que le dan su correspondiente validez, pertinencia y rigor en su praxis. Ellas son:
a) Especialización.
b) Jerarquía de autoridad (mandar y controlar).
c) Tratamiento impersonal.
d) Nombramiento por calificación técnica de méritos,
e) Reglas y procedimientos escritos (Las reglas son rígidas y las regulaciones claramente explícitas).
Para Max Weber, la burocracia era una forma de organización del capitalismo, expresión en su dinámica y dialéctica de la vida moderna, en el Siglo XIX. Es, por decirlo de alguna manera, la génesis formal de las organizaciones en su construcción. La burocracia se fraguó como una forma de organización que tomaba en cuenta las estructuras y funciones organizativas.
Desde la perspectiva y alcance de la sociología organizacional, aquello fue una verdadera revolución para el capitalismo, que correspondía a la respuesta desde la superestructura a todo el desarrollo y crecimiento de la infraestructura, con el avance de la economía y puesta en práctica de la Segunda Revolución Industrial. La burocracia, como estamento y esfera de organización, permea hoy dos formas de organizaciones, como lo señalan Burns y Stalker: “organizaciones mecanicistas y las orgánicas. Las organizaciones mecanicistas son burocráticas, mientras que las organizaciones orgánicas se caracterizan por tener una estructura más flexible”.
Esto quiere decir, que la burocracia en la concepción weberiana, a partir del desarrollo extraordinario de la tecnología y en consecuencia de los cambios de la naturaleza del trabajo, de la naturaleza de la fuerza laboral, han permitido que las organizaciones tengan que recrearse, reinventarse a la luz de esta velocidad de los cambios.
Sin embargo, en la sociedad dominicana la concepción de la burocracia de Weber nunca ha sido llevada a cabo con un mínimo de su rigor. Lo que tuvimos y tenemos es una caricatura de burocracia, vale decir, aristas, un hilo de una brocha. Concretamente, allí donde la burocracia se asumió en su naturaleza esencial, el clientelismo no podía prosperar con tanta pronunciación y generalización como en el cuerpo social dominicano, sobre todo, en el nivel de la sociedad política. Por de pronto el despojo político queda invalidado para llegar a la Administración Pública. Solo llegan los más competentes mediante concursos, y su acceso conduce a una carrera en el Estado con reclutamiento, selección, formación-capacitación, evaluación, promoción y pensión/jubilación. La desvinculación antes de tiempo, solo se da por acciones graves en el ejercicio de su desempeño.
Tenemos la Ley 41-08 de Administración Pública que debió ser revisada diez años después. Esto es, en el año 2018. Una auditoría a sus articulados nos deja como sociedad perplejos y parapléjicos en todo el tejido institucional, a la luz de la referida ley, que constituiría un puntal ciclópeo para el desarrollo del poder institucional y la modernización real del Estado, vía la profesionalización, especialización y la visión de la calificación del mérito del talento humano.
Max Weber, no cabe duda, fue todo un genio. La burocracia, ideal y/o real, estará ahí, en función del contexto y del aparato institucional que la contiene. De lo que se trata hoy es de hacerla más flexible, más adaptable, más ágil para satisfacer las necesidades de los usuarios, de los ciudadanos. En República Dominicana existe un exceso de la caricatura de la burocracia y un abuso y falta de consideración y respeto, a la razón de ser de toda sociedad: su gente. Verbigracia: En la gestión de Roberto Rosario al frente de la Junta Central Electoral, los documentos que emitía esa institución a la población tenían que ser certificados por ella misma. Los usuarios pagando doblemente.
Desde hace más de seis años que se viene hablando, incluso, el Consejo Nacional de Competitividad, en boca de su director Peter Albert Prazmowski, de que la sociedad dominicana, a través de la burocracia (procesos, procedimientos, tramitología, permisología), esto es, papeleos, pierde alrededor de RD$250,000 millones de pesos anuales, vale decir, un 5% del PIB. Es lo que, en gerencia moderna, denominamos los espacios en blanco, trámites excesivos que dificultan las actividades de los ciudadanos y generan más costos en las transacciones y drenan la productividad del Estado y de la sociedad en su conjunto.
Se requiere de un movimiento reformista, como mínimo, para la transformación, para las reformas del Estado. El Estado dominicano necesita ser repensado, amerita de una reingeniería. Hoy es grande, malo y caro. Tiene más de 4,700 estructuras. Lo atinente es objetivizar lo que hay de agregado de valor en cada órgano del Estado. Es una decisión de política de Estado. Mirar con visión de cara a 4, 8, 12, 16 años, el Estado que precisamos: ágil, eficiente, efectivo, que conduzca a generar mejores servicios públicos para crear la sinergia del bienestar.
Actualmente, el Estado que tenemos propicia la violencia institucional desde su propio vientre. Un Estado que genera una brecha más ancha de desigualdad, no solo por las relaciones de poder y la sociedad de mercado, de clase, sino, al mismo tiempo, por la configuración famélica de su eficiencia en los espacios públicos de los territorios. Brinda unos servicios (educación, salud, agua potable, transporte) donde esboza en la práctica la verificación de distintos ciudadanos. Dicho de otra manera, el crecimiento de los colegios privados, de las clínicas privadas, de cientos de empresas que venden agua y de los miles de dominicanos que compran carros, es por la clara obviedad del alcance y calidad de los servicios públicos.
La simbología social es que andar en un carro público, una guagua, ir a un hospital, expresa el status de pobreza. Una amplia franja de los sectores vulnerables y clase media, hacen esfuerzos inauditos para buscar los servicios, vía privados, encontrándose, muchas veces, en condiciones difíciles de existencia. El Estado, en los diferentes gobiernos, no ha propiciado una verdadera gobernanza. Los servicios públicos de tan poca calidad hacen que la movilidad social vertical ascendente se haga tan difícil en nuestra formación social.
Margaret Wheatley expresó en su libro Liderazgo esencial: “En estos tiempos turbulentos, no necesitamos mandar y controlar más, necesitamos mejores medios para involucrar la inteligencia de todos en la solución de los desafíos y las crisis a medida que surgen”. Tenemos grandes desafíos y requerimos que, con políticas de Estado, con políticas públicas, responder con creatividad e innovación. No podemos seguir, frente a los nuevos retos con estrategias parapléjicas en su contenido y en sus realizaciones. Urgen nuevas respuestas, reacciones distintas, a los viejos y nuevos desafíos. Asumamos lo que nos dijo el padre de la administración desde 1950 a 2000, Peter Drucker, “La mejor manera de predecir su futuro es crearlo”.