A los niños dedicó también hoy el Papa la catequesis de la Audiencia General, el miércoles 15 de enero. Como hizo hace una semana, encontrándose con peregrinos de todo el mundo en el Aula Pablo VI, Francisco se detuvo en el problema del trabajo infantil, en particular, de la explotación en el sector de la producción alimentaria y textil, porque aún hoy en el mundo, «cientos de millones de menores, a pesar de no tener la edad mínima para cumplir con las obligaciones de la edad adulta, se ven obligados a trabajar y muchos de ellos están expuestos a trabajos particularmente peligrosos». Seguidamente, relató que conoce un país en América Latina donde los niños son explotados y esclavizados para la recolección de arándanos:
Cosechar arándanos requiere manos tiernas y para ello se hace trabajar a los niños, se los esclaviza de pequeños para la cosecha.
Pero también preocupan al Pontífice los menores «esclavizados por la trata para la prostitución o la pornografía, y los matrimonios forzados».
“En nuestras sociedades, por desgracia, hay muchas formas de abuso y maltrato de menores. El abuso de menores, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable y atroz. No es simplemente una lacra de la sociedad y un crimen; es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún menor debería sufrir abusos. Un solo caso, ya es demasiado.”
Ante todo esto es necesario «despertar las conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y los chicos», instó Francisco, que pidió «construir confianza y sinergias» entre quienes se comprometen a ofrecer a los menores «oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenamente». El análisis del Papa es claro: hoy son los más jóvenes quienes pagan el «precio más alto» de la «pobreza generalizada», de la «falta de instrumentos sociales para sostener a las familias», de la «marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo» y de la «precariedad laboral».
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Y en las grandes ciudades, donde hay más «fractura social» y «degradación moral», «hay niños empleados en el tráfico de drogas y en las más diversas actividades ilícitas», y «a veces trágicamente» también son «inducidos a convertirse en “verdugos” de otros coetáneos, además de dañarse a sí mismos, su dignidad y humanidad», añadió.
Francisco reiteró su pesar por la indiferencia ante «estas vidas perdidas» que se encuentran «en la calle, en el barrio de la parroquia» y recordó a un niño argentino llamado Loan que «fue secuestrado y no se sabe dónde está». Una de las hipótesis, dijo, «es que se lo llevaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes».
Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a dos niños, que tal vez viven en el mismo barrio o bloque de apartamentos, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos, porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. «Una fractura humana y social inaceptable – denuncia el pontífice – entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Mientras que Jesús «nos quiere a todos libres y felices».