Al parecer, los Estados Unidos finalmente han tomado conciencia de que China y Rusia les han aventajado en la maratón geopolítica, lo que los obliga a acelerar su paso de manera urgente.
Uno de los tramos de mayor importancia de esta maratón es la ruta marítima del Ártico. Durante años, el más pequeño y septentrional de los océanos del planeta ha estado mayormente bajo control de Rusia que, valiéndose de sus poderosos buques rompehielos, ha extendido el periodo de utilización de este corredor, normalmente cubierto de hielo casi todo el año.
Sin embargo, estos buques han recibido una ayuda inesperada: el cambio climático. El derretimiento de los hielos en diversas partes del mundo no ha pasado por alto el Ártico, facilitando enormemente la apertura de una ruta marítima práctica en esta región. Además, Rusia, con alrededor de 24,000 kilómetros de costa ártica, se beneficia de su extensión territorial y ubicación privilegiada. Si sumamos los 22.2 kilómetros a los que tiene derecho como mar territorial, estamos hablando de un control sobre más de 532,800 kilómetros cuadrados, un área mayor que la de cualquier país de la Unión Europea, excepto Francia.
Esto sin incluir su zona económica exclusiva (ZEE), que se extiende hasta 200 millas náuticas desde sus costas, ni las extensiones reclamadas en la plataforma continental del Ártico, que podrían ser significativamente mayores. Aún más, la guerra en el Oriente Medio ha bloqueado la navegación de barcos mercantes por el Mar Rojo, impidiendo el paso por el Canal de Suez hacia y desde Europa, lo que otorga un protagonismo inesperado a la nueva ruta del Ártico.
Este contexto ha llevado al expresidente Donald Trump a evocar la Doctrina Monroe, proclamada hace más de 200 años, que postulaba que “América es para los americanos”. En este marco, Trump descubrió que Groenlandia, la isla más grande del mundo, está situada en el continente americano. Nuuk, su capital, está más cerca de Washington D.C. que de Copenhague. Coherente con la doctrina de sus predecesores, externó su interés en anexionar Groenlandia como parte del territorio de los Estados Unidos. No debemos olvidar que las grandes potencias no tienen amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses permanentes, y Groenlandia representa actualmente un interés prioritario para los EE. UU.
Varios miembros de los gobiernos de la Unión Europea se han pronunciado condenando las ambiciones del presidente electo de los Estados Unidos.
El revuelo político provocado por esta declaración ha sido notable, generando preguntas fundamentales que aún carecen de respuesta clara. ¿Qué sucedería si un miembro de la OTAN llegara a agredir a otro de sus propios aliados? ¿Cuales sanciones serían aplicables en un caso tan inédito? ¿Hay algún mecanismo interno para implementarlas? Además, ¿cómo reaccionarían potencias externas como Rusia y China ante un conflicto que podría alterar el equilibrio geopolítico global?
Una acción de esta índole podría ser percibida como un precedente peligroso, abriendo la puerta para que países como Rusia, China e incluso India justifiquen soluciones similares en conflictos latentes. Rusia podría interpretarlo como una validación de su postura en Ucrania, China podría verlo como un respaldo implícito a su política sobre Taiwán, y la India, considerarlo un aval para abordar sus tensiones con Nepal. El impacto en el derecho internacional y en las normas que rigen las relaciones entre Estados sería profundo, erosionando los principios de soberanía y cooperación multilateral.
Este nuevo e innecesario ingrediente añade más complejidad y peligrosidad al ya crítico panorama geopolítico mundial. Ojalá se imponga el sentido común en esta coyuntura.