
Santo Domingo- El merengue dominicano atraviesa una de sus semanas más tristes con la reciente pérdida de Rubby Pérez. La noticia ha estremecido a toda la comunidad artística y a sus miles de seguidores, que hoy lloran la ausencia de quien durante décadas puso a bailar a generaciones con sus contagiosas melodías.
En el cálido corazón de Haina, el 8 de marzo de 1956, nació un niño que soñaba con el béisbol y que terminaría cambiando el rumbo de la música tropical. Su nombre: Rubby Pérez, una voz de oro que no solo se destacó en las pistas de baile, sino también frente a la adversidad.
Su niñez estuvo llena de sueños deportivos. Se imaginaba en campos de béisbol, con el bate en mano y la mirada al cielo. Pero el destino, ese guionista implacable, lo desvió del camino con un accidente automovilístico que lastimó su pierna izquierda y desvaneció sus planes atléticos. Sin embargo, donde otros habrían sucumbido a la derrota, Rubby encontró una nueva vocación: la música.
Formado en el Conservatorio Nacional de Santo Domingo, su talento no tardó en abrirle puertas. Primero, en agrupaciones como el Coro de la Sociedad de Orientación Juvenil y Los Juveniles de Baní, hasta que su nombre comenzó a resonar en los escenarios cuando se unió a Los Hijos del Rey. Sin embargo, sería con Wilfrido Vargas, entre 1982 y 1987, que Rubby marcaría un antes y un después en el merengue. Su voz fue el alma de himnos como "El Africano", "Volveré" y "Cobarde, Cobarde", canciones que aún hoy siguen palpitando en la memoria colectiva.
En 1987, con la determinación de quien sabe que tiene mucho por decir, emprendió su carrera como solista. Y lo hizo con un repertorio que parecía extraído del alma del pueblo: "Buscando tus besos", "Dame veneno", "Sobreviviré", "Tú vas a volar". Su música era consuelo, era euforia, era puro sentimiento tropical. No solo llenó pistas de baile, sino que también logró colarse en las listas de Billboard con "Rubby Pérez" y "Enamorado de ella", demostrando que su arte traspasaba fronteras.

Rubby no fue solo música, también fue entrega. Ayudó a las víctimas del terremoto de Haití en 2010, lo que le valió un reconocimiento de COPOLA USA. En lo personal, fue un hombre de amores duraderos: compartió casi medio siglo de vida con su esposa Inés Antonia Lizardo, hasta que el cáncer la apartó de su lado en 2022. Posteriormente, encontró un nuevo amor junto a Leidy Altagracia Rosario, quien lo acompañó en sus últimos años.
En la madrugada del 8 de abril de 2025, el merengue enmudeció. Durante un concierto en la emblemática discoteca Jet Set, el techo colapsó mientras Rubby cantaba, entregado al público como siempre. La tragedia se cobró más de cien vidas, y entre ellas, la de un ícono. La noticia del hallazgo de su cuerpo sin vida la mañana siguiente estremeció a todo un país.

Sus restos fueron velados en el Teatro Nacional Eduardo Brito, en una despedida que fue más una celebración que un luto, porque así era Rubby: luz, alegría, música. Un artista que supo vencer el dolor, cantar con el alma rota y seguir regalando esperanza con cada nota.
Hoy, aunque su voz se haya apagado físicamente, su eco seguirá vibrando en cada canción, en cada fiesta, en cada corazón que alguna vez bailó con su merengue. Porque Rubby Pérez no se fue, solo se convirtió en canción.
La mañana del 9 de marzo de 2025 quedó marcada por un silencio que pesó más que cualquier acorde. Diomedes Núñez, el merenguero de voz prodigiosa y alma templada por los vientos de la trompeta, partió de este mundo, dejando tras de sí un vacío que resuena en los corazones de quienes crecieron bailando al ritmo de su música. Santa Cruz de Mao, su cuna natal, se vistió de luto, como si sus calles recordaran al niño que jugaba con una tambora entre los brazos de sus abuelos, ajeno aún al destino que lo convertiría en leyenda.

Desde sus primeros pasos en el Conservatorio Nacional de Música hasta su ascenso en orquestas históricas como Los Hijos del Rey y la Internacional de Ramón Orlando, Núñez no fue solo un cantante: fue un puente entre generaciones, un artesano del merengue que supo dar alma a cada nota. Su voz, potente pero llena de dulzura, se convirtió en un símbolo de alegría, pero también de resistencia. Porque, incluso cuando la vida le cobró con enfermedad y dolor, Diomedes no dejó de cantar.
Su última canción, “Un día especial”, no fue una despedida; fue un himno a la esperanza desde la fragilidad del cuerpo.

Pero el luto no apaga el legado. Diomedes Núñez vive en más de cien canciones que siguen girando en las tornamesas del recuerdo. Vive en las memorias de los conciertos, en los aplausos interminables, en los abrazos sudorosos de la pista de baile. Su vida, marcada por el talento y la fe, nos deja una enseñanza de lucha y pasión. Hoy, mientras su voz se alza en lo eterno, el merengue llora… pero también agradece. Porque tuvo a Diomedes. Porque lo tendrá siempre.
Raffy Matías falleció el pasado miércoles 2 de octubre de 2024 en un centro médico de La Vega, tras una larga lucha contra complicaciones de salud que afectaron su estómago, garganta, piel y pulmones. Su partida deja un vacío inmenso en la música tropical.

Raffy Matías, conocido por interpretar temas como “Quiero saber de ti”, fue un artista completo que desde niño mostró un profundo amor por la música. A los 10 años ya formaba parte de coros infantiles, y más adelante desarrolló habilidades en instrumentos como el bajo, la guitarra y el piano. Esa inquebrantable pasión por el arte lo llevó a formar agrupaciones juveniles como Jaraba y ROL, dejando huella en ciudades como La Vega, Jarabacoa y Santiago. La autenticidad de su voz y su entrega en el escenario fueron claves para ganarse el cariño del público y el respeto de sus colegas.
Su consagración llegó en 1998 cuando fue reconocido con el premio Casandra, lo que confirmó su lugar entre los grandes merengueros de la época. A lo largo de su carrera, grabó exitosos álbumes como Acúsame y Porque te amo, trabajó con productores como Julio Sosa y compartió escenario con artistas como Luis Miguel del Amargue.