En la constelación de alianzas musicales que marcaron la historia del pop del siglo XX, pocas resultaron tan prometedoras como la que unió a Paul McCartney y Michael Jackson en los albores de la década de 1980.
El ex Beatle, que en ese momento estaba a punto de cumplir cuarenta años, atravesaba una etapa de apertura creativa, dispuesto a colaborar y escribir para otros artistas, en parte influido por el asesinato de John Lennon en diciembre de 1980.
De acuerdo con una publicación en *Far Out*, fue entonces cuando McCartney recibió una llamada con una voz aguda que creyó que era de una fan anónima, pero que resultó ser del mismísimo Michael Jackson, quien le propuso sin más: “¿Querés hacer algunos hits?”.
La relación comenzó con una aparente sintonía artística y personal. Jackson había interpretado previamente el tema "Girlfriend", compuesto por McCartney para su esposa Linda, e incluido en *Off the Wall* a sugerencia del productor Quincy Jones.
Esta colaboración inicial dio lugar, en 1982, al lanzamiento del sencillo “The Girl Is Mine”, un dueto entre ambos que no fue celebrado por su profundidad artística.
Según Quincy Jones, elegir a McCartney como colaborador tenía precisamente el objetivo de "que no se atrevieran a ignorarlo".
Durante las grabaciones del álbum Pipes of Peace de McCartney, ambos participaron en sesiones en Londres en 1983, donde grabaron los temas "Say Say Say" y "The Man".
Fue durante esa convivencia que, según relató *Esquire*, el músico británico compartió con Jackson su experiencia como inversor en derechos musicales, recomendándole adquirir catálogos editoriales como una forma segura de inversión.
Durante esa convivencia, según relató *Esquire*, el músico británico compartió con Jackson su experiencia como inversor en derechos musicales, recomendándole adquirir catálogos editoriales como una forma segura de inversión.
McCartney ya poseía los derechos de autor de artistas como Buddy Holly y Al Jolson, además de los correspondientes a algunos de los primeros sencillos de The Beatles.
Lo que parecía una charla distendida entre amigos derivó, sin que nadie lo anticipara, en uno de los episodios más amargos de la historia del pop.
En ese entonces, los derechos del catálogo de The Beatles estaban en manos de ATV, la empresa del magnate británico Lew Grade, quien los había adquirido después de que Brian Epstein, el mánager de la banda, y Dick James negociaran de una manera que dejó a Lennon y McCartney con escaso control sobre sus propias composiciones.
McCartney intentó recomprarlos en los años setenta, pero sus esfuerzos fracasaron.
Más tarde, cuando Grade puso a la venta la compañía, el empresario australiano Robert Holmes à Court la adquirió por unos 40 millones de libras. Años después, en 1985, Holmes à Court decidió desprenderse de ATV.
Jackson, motivado por la conversación previa con McCartney y con una visión empresarial más aguda, comenzó a adquirir catálogos, como el de Sly and the Family Stone.
Al enterarse de la venta de ATV, comprendió que se trataba de una oportunidad única, ya que el grueso del repertorio de Lennon–McCartney estaba ahora a su alcance.
Según *Far Out*, el 14 de agosto de 1985 se llevó a cabo la transacción: Michael Jackson compró los derechos de la mayoría de las canciones de The Beatles por 47 millones de dólares.
La reacción de McCartney no se hizo esperar. Tal como declaró en 2009 durante una entrevista con David Letterman, había intentado comunicarse con Jackson para negociar una mejora en las condiciones de publicación, con la esperanza de que su antiguo socio musical pudiera corregir décadas de acuerdos desfavorables: “Pensé que era la persona históricamente posicionada para darle a Lennon-McCartney un buen trato al fin”, expresó.
Pero Jackson lo evadió con la frase: “Eso es solo negocios, Paul”.
La frase se convirtió en un emblema del distanciamiento. Según *Express UK*, McCartney definió la maniobra como una traición: "Es una jugada turbia hacer algo así. Ser amigo de alguien y después quitarle la alfombra sobre la que está parado".
A partir de ese momento, ambos dejaron de hablarse. McCartney intentó, sin éxito, recuperar los derechos. Declaró que no podía aceptar la idea de pagar sumas astronómicas por las canciones que él mismo había compuesto junto a Lennon.
En 1995, Jackson transfirió su catálogo a Sony Music en un acuerdo que le permitió conservar una participación accionaria. Solo décadas más tarde, McCartney encontraría un resquicio legal para reabrir la disputa.
Basándose en una ley estadounidense de copyright, que permite recuperar derechos después de cierto período de tiempo, presentó una demanda contra Sony/ATV en Nueva York en 2017.
Pocas semanas después de iniciarse la acción legal, ambas partes anunciaron un acuerdo privado y confidencial. La carta de los abogados de McCartney decía escuetamente: “Las partes han resuelto este asunto mediante un acuerdo de conciliación confidencial”.
A pesar de la resolución final, el vínculo entre ambos artistas nunca se recuperó. Jackson murió en 2009 sin haberse reconciliado con McCartney.
Según *The Telegraph*, fue el propio Jackson quien reveló años antes en su autobiografía *Moonwalk* que ambos habían aprendido "por las malas" sobre el valor del negocio editorial y la dignidad del compositor.
Desde entonces, la historia de su colaboración se ha mantenido como una advertencia sobre los límites entre la amistad y los intereses económicos. Es una fábula moderna en la que el rugido de la caja registradora terminó por silenciar la melodía de la camaradería.
Parece que el párrafo que proporcionaste está vacío, ya que solo contiene un enlace HTML sin texto adicional. Si tienes un párrafo específico que te gustaría que revise y corrija, por favor compártelo y estaré encantado de ayudarte.