En cada rincón del mundo, el amor de una madre es una luz que nunca se apaga. Pero en República Dominicana, ese amor tiene una fecha muy especial: el último domingo de mayo. Un día donde no solo se celebran flores, abrazos y canciones infantiles, sino también la historia de un legado forjado en gratitud, ternura y sacrificio. Un día para ti, madre querida, porque tu amor merece cada segundo de homenaje.
Mientras que en muchas partes del mundo como Estados Unidos, se celebra el Día de las Madres el segundo domingo de mayo, en República Dominicana se optó por rendir tributo a las madres en el último domingo de este mes. La razón no es una simple casualidad de calendario, sino una decisión marcada por el amor y la voluntad de mujeres visionarias.
En 1926, apenas saliendo de un periodo de ocupación, el país encontró en sus madres una razón para reencontrarse con su esencia. Fue entonces cuando Trina de Moya, esposa del presidente Horacio Vásquez, junto a la insigne educadora Ercilia Pepín, fundaron en Santiago de los Caballeros el primer Comité pro-Día de las Madres. Con un gesto que fue más allá de lo simbólico, establecieron una fecha para reconocer lo que tú, madre, representas: vida, ternura, guía, patria.
El 30 de mayo de ese mismo año, la nación celebró por primera vez el Día de las Madres. Y no fue cualquier celebración. Fue una jornada impregnada de emociones, de flores y de versos. El clavel rojo se convirtió en símbolo de las madres vivas; el nardo, en tributo silencioso para aquellas que ya habían partido. Ese día se escribió no solo una tradición, sino una canción eterna: el Himno a las Madres, compuesto por la misma Trina de Moya, que aún hoy resuena en aulas y corazones.
Porque una madre no es solo quien da la vida, sino quien la enseña, la canta, la cuida y la siembra con esperanza.
Ercilia Pepín veía en la maternidad mucho más que un acto biológico. Para ella, ser madre era una forma profunda de hacer patria. En su escrito “Invocación en el Día de las Madres”, proclamó que la madre dominicana es guía de generaciones, columna del hogar y símbolo de la identidad nacional. Sus palabras no fueron simples elogios: fueron una declaración de amor al amor mismo
Y es que tú, madre, encarnas todos esos valores. En ti vive la historia, la lucha y la esperanza. Tu entrega silenciosa, tus noches sin dormir, tus abrazos en momentos de miedo, tu fuerza frente al dolor… son lecciones de vida que ningún libro podría enseñar mejor.
Hoy, el país se llena de flores, canciones, cartas y risas. Pero más que todo, se llena de agradecimiento. Porque cada madre —la tuya, la mía, tú— representa una forma única de amor. Un amor que no pide, solo da. Que no exige, solo espera. Que no se olvida, aunque pasen los años.
Este reportaje no solo cuenta una historia. También es una carta abierta a ese ser maravilloso que camina con el alma en las manos y el corazón en el pecho. A ti, mamá, que con tu vida nos enseñaste a vivir.