12 de junio: Dìa Mundial Contra el Trabajo Infantil

Por cada niño que limpia un vidrio en una esquina, hay una infancia rota. Por cada voz infantil que grita “chiclets” en un semáforo, hay un futuro truncado. Por cada par de manos pequeñas que carga una caja en un mercado, hay una historia de pobreza que se repite.

Hoy, como cada 12 de junio, el mundo detiene la marcha —aunque sea por un instante— para recordar una verdad incómoda: millones de niños y niñas siguen trabajando cuando deberían estar soñando. Y la República Dominicana no es la excepción.

Es mediodía en una de las avenidas más transitadas de la capital. El sol cae como plomo y, entre los carros que pitan sin piedad, un niño de no más de nueve años ofrece caramelos con la voz agrietada de quien ya ha gritado demasiado. Su uniforme escolar está ausente. Su infancia también.

A pesar de los discursos y los programas estatales, el trabajo infantil sigue siendo parte del paisaje urbano y rural. El pasado 16 de abril, el ministro de Trabajo, Eddy Olivares, aseguró que el gobierno, en colaboración con CONANI y el programa Supérate, está reforzando esfuerzos para eliminar esta práctica. Pero mientras los planes se anuncian desde podios con aire acondicionado, los niños siguen en la calle, bajo el sol, entre el humo de los carros, luchando por sobrevivir.

“Nos estamos enfocando en capacitar a servidores públicos para que puedan identificar y erradicar el trabajo infantil”, dijo Hilaria Hilario Báez, directora de Política de Prevención del Trabajo Infantil. Pero, ¿cómo se traduce eso para el niño que duerme en una acera con una caja de dulces como almohada?

Cifras que duelen

Unicef ha revelado un dato que retuerce el alma: 138 millones de niños trabajan en el mundo. Más de 54 millones lo hacen en condiciones peligrosas. Las estadísticas, si bien necesarias, no logran capturar el grito silenciado detrás de cada número. Un grito que se ahoga en la indiferencia social, la pobreza estructural y la falta de oportunidades.

La agricultura es el principal escenario del trabajo infantil, donde más del 60% de los menores trabajan. Le siguen los servicios y la industria, esta última incluyendo tareas tan riesgosas como la minería o la manufactura.

En América Latina y el Caribe, las cifras no han variado demasiado desde 2020. En República Dominicana, la imagen es la misma de hace años: niños vendiendo, limpiando, pidiendo.

¿Qué perdemos cuando un niño trabaja?

Perdemos mucho más que estadísticas. Se pierde la niñez, la salud, el derecho a aprender, a jugar, a ser protegido. Se pierde un futuro. Cada niño que trabaja hoy es un adulto que mañana puede repetir el ciclo de la pobreza. El trabajo infantil es la raíz silenciosa de una sociedad fracturada.

“Esta es una lucha que no se puede pausar. Ninguna civilización que quiera considerarse moderna y justa puede sostener su economía sobre la espalda de los niños”, sentencia la ONU.

¿Y ahora qué?

Las soluciones están claras: más protección social, más educación, más empleos dignos para los adultos, más voluntad política. Pero sobre todo, más conciencia colectiva. Porque no se trata solo de leyes o planes, se trata de mirar al niño que nos limpia el parabrisas y entender que allí hay una historia que no debería existir.

Erradicar el trabajo infantil no es un sueño imposible. Es una urgencia moral.

Mientras tanto, en las calles, el niño del semáforo sigue ahí, vendiendo dulces a cambio de migajas. Hoy es 12 de junio. El mundo habla del trabajo infantil. Ojalá mañana, y pasado, y todos los días, también lo recuerde. Pero más que recordarlo, que actúe.