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Internacionales 
  • Por: La Redacción
  • miércoles 20 agosto, 2025

El cólera sigue doblegando a los haitianos en medio de la violencia

Haití. – “Cuando empezó la diarrea, estaba tan débil que apenas podía mantenerme en pie. El dolor era insoportable”, cuenta G., una mujer desplazada que vive en uno de los campamentos improvisados en la capital haitiana. Su testimonio, aunque anónimo por seguridad, refleja la realidad de miles de personas forzadas a huir de sus hogares a causa de la violencia, y ahora enfrentan una nueva amenaza: el cólera.

La combinación de hacinamiento, inseguridad y falta de servicios básicos ha creado un caldo de cultivo para enfermedades transmitidas por el agua. Aunque los casos sospechosos han disminuido a nivel nacional, más de 2.500 infecciones se han registrado desde enero de 2025, muchas en estos campamentos vulnerables.

Actualmente, cerca de 1,3 millones de haitianos viven desplazados, la mayoría en el área metropolitana de Puerto Príncipe. Allí, la acumulación de basura, la falta de acceso a agua potable y el deficiente saneamiento convierten una simple lluvia en un riesgo sanitario. Y con la temporada de lluvias en puerta, el temor a nuevos brotes es inminente.

Ante esta emergencia silenciosa, el Ministerio de Salud Pública y Población (MSPP), con apoyo de la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS), ha desplegado una respuesta intensiva en 66 campamentos. Financiados por la Unión Europea (ECHO) y la Fundación Bill y Melinda Gates, los esfuerzos incluyen atención médica, detección temprana y campañas de prevención.

Se han capacitado 87 agentes de vigilancia y 13 gestores de datos para reportar y contener posibles casos. También se ha reforzado la capacidad hospitalaria con un nuevo centro de tratamiento del cólera (CTC) y mejoras en seis ya existentes, incluido el Hospital Saint Luc, donde G. fue atendida. “Tenía acceso a un médico casi las 24 horas del día”, recuerda agradecida.

Más allá del tratamiento, la prevención es clave. Cerca de 7,000 personas han recibido orientación sobre cómo evitar la propagación de la enfermedad. A esto se suma la distribución de mosquiteros, sales de rehidratación y tabletas purificadoras de agua.

Jacinthe, otra madre desplazada, recuerda el susto que vivió cuando su hija de 6 años enfermó de cólera: “Aquí no hay sillas, no hay mesas, todo es en el suelo. Le dieron sales en el centro de salud y la diarrea se detuvo, pero vivir así no es vida”, lamenta.

Las historias de G. y Jacinthe se repiten a diario en los campamentos. El acceso a la salud se convierte en una línea delgada entre la vida y la muerte. Y aunque los esfuerzos humanitarios han salvado cientos de vidas, la solución definitiva requiere más que medicinas y baldes con agua limpia: exige seguridad, estabilidad y un retorno digno a sus hogares.

“Lo que pido es seguridad para poder volver a casa. Porque la forma en que vivimos aquí no es vida humana… es como la vida de un animal”, concluye G., con una mezcla de resignación y esperanza.

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