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Cada 1° de octubre el mundo levanta su taza para rendirle homenaje a una de las bebidas más consumidas, debatidas y amadas del planeta: el café. En este Día Internacional del Café, el aroma tostado que inunda oficinas, cocinas y cafés de esquina no solo celebra una tradición: también revela una revolución silenciosa en torno a la ciencia del consumo responsable.
Durante años, el café fue un protagonista polémico en el terreno de la salud. ¿Aliado o enemigo del corazón, la mente y el sueño? Las nuevas investigaciones, sin embargo, han cambiado el relato. Lejos de ser simplemente un estímulo matinal, el café se reivindica hoy como un verdadero cóctel de compuestos antioxidantes, fibra soluble y polifenoles que impactan positivamente en el cerebro, la microbiota intestinal e incluso la longevidad.
Pero hay un detalle clave que la ciencia ahora ilumina con más fuerza que nunca: no solo importa cuánto café tomamos, sino cuándo.
“Tomar café no es solo un hábito; es una herramienta que, bien usada, potencia la mente”, señala el neurocientífico Andrew Huberman, profesor en Stanford, cuyas investigaciones en neurobiología han puesto el foco en cómo la cafeína influye en la motivación, la atención y el rendimiento físico y cognitivo. Según explica, el café actúa sobre los circuitos de dopamina, responsables del enfoque y el interés, además de bloquear los receptores de adenosina, esa molécula que nos hace sentir cansados.
Pero el momento importa.
Investigaciones recientes publicadas por la Sociedad Europea de Cardiología y respaldadas por los Institutos Nacionales de Salud revelan un hallazgo contundente: el mayor beneficio metabólico y cardiovascular del café ocurre cuando se lo consume entre las 4 y las 12 del mediodía. Superado ese umbral, los riesgos crecen. Tomarlo después puede interferir con los ritmos circadianos, alterar el sueño y, paradójicamente, afectar el bienestar general incluso en quienes logran dormirse.
Huberman recomienda esperar al menos dos horas después de despertar antes del primer sorbo, para no interferir con el pico natural de cortisol matutino, la hormona que nos despierta de forma natural.
Lejos de ser solo un estimulante, el café se está posicionando como un alimento funcional. Estudios recientes demostraron que una taza puede aportar hasta 1,5 gramos de fibra soluble, crucial para el bienestar intestinal. Además, sus polifenoles alimentan bacterias beneficiosas del microbioma, ese ecosistema invisible del intestino que regula desde la digestión hasta el estado de ánimo.
No todos los cafés, sin embargo, son iguales. Su preparación, la adición de leche o azúcar, e incluso la variedad del grano, pueden modificar la presencia de estos compuestos protectores.
Aunque los beneficios son muchos, los expertos son claros: más no siempre es mejor. Entre 100 y 400 miligramos de cafeína por día —equivalente a unas dos a cuatro tazas— es el rango ideal. Superar esta dosis puede causar ansiedad, acidez, insomnio o palpitaciones. Para personas sensibles o con problemas de sueño, la recomendación es directa: evitar el café completamente después del almuerzo.
Para quienes disfrutan del ritual sin querer correr riesgos, el café descafeinado ofrece una alternativa saludable, conservando gran parte de sus propiedades antioxidantes.
En este Día Internacional del Café, la bebida deja de ser un simple combustible para jornadas laborales y se consagra como una aliada —siempre que se consuma con inteligencia— de la salud mental, física y digestiva. Como quedó demostrado en el reciente encuentro de la Fundación Sales, que unió ciencia y arte bajo el lema “La ciencia sirve para vivir mejor”, el conocimiento no solo mejora vidas: también transforma costumbres cotidianas como beber una taza de café.
Así, entre vapores humeantes y granos molidos, el café vuelve a reinventarse. Ya no es solo el que te mantiene despierto, sino el que —tomado a la hora justa— te ayuda a vivir mejor.
