
Santo Domingo.-Dicen que cada país guarda un ritmo que le sirve de pulso, un sonido que late en sus calles, en sus fiestas y hasta en su manera de caminar. En la República Dominicana, ese latido tiene nombre propio: el merengue, un género que nació en los fértiles valles del Cibao y que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un pasaporte sonoro que identifica a los dominicanos en cualquier rincón del mundo.
Sus orígenes, envueltos en el rumor de tamboriles y el metálico vaivén de la güira, se remontan al siglo XIX. Aquellas primeras tonadas, interpretadas con acordeón, tambor de dos parches y la siempre infaltable güira, comenzaron siendo un eco campesino que pronto se expandió por todo el territorio dominicano, contagiando con su cadencia festiva a propios y extraños.
Con el siglo XX llegó la evolución, y con ella las grandes orquestas que, sin abandonar la esencia del ritmo dos por cuatro, empezaron a experimentar con el cuatro por cuatro y con elementos eléctricos que hoy forman parte indiscutible del sonido moderno.
El merengue, como toda expresión viva, también conoció su capítulo político: Rafael Leónidas Trujillo lo alzó como estandarte nacional, obligando a los músicos a componer piezas que ensalzaran su régimen. A pesar de esa sombra histórica, el género emergió fortalecido, convertido en símbolo patrio y reflejo de una identidad que el tiempo no ha podido diluir.
En su ADN conviven raíces africanas —cuna de su energía rítmica— y herencias europeas como el acordeón y la contradanza, una mezcla que dio origen a variantes tan diversas como el merengue típico, el de cuerda, el instrumental o el de orquesta. Hoy, su versión más moderna se viste de saxofones brillantes, se apoya en teclados ágiles y narra, con romanticismo o picardía, historias de amor y personajes populares.
Bailarlo es otra historia, una que se cuenta con los pies: hombre y mujer entrelazados, avanzando de lado en el famoso “paso de la empalizada”, girando a derecha e izquierda como si fueran una sola corriente que fluye sin detenerse. La coreografía ha evolucionado, el paseo tradicional se ha desvanecido, y el cuerpo del merengue se ha extendido, alargando sus compases como si quisiera prolongar la fiesta.
Y cómo olvidar a quienes tallaron su nombre en la historia del género: Ñico Lora, Luis Alberti, Tatico Henríquez, El Ciego de Nagua, Johnny Ventura, Cuco Valoy, Fefita La Grande, Wilfrido Vargas, Juan Luis Guerra, Milly Quezada, Los Hermanos Rosario, Sergio Vargas, Eddy Herrera, El Prodigio, y tantos otros que hicieron del merengue un océano de talento interminable.
Hoy, este ritmo que nació humilde en el Cibao se escucha en América Latina, en Europa y en cualquier lugar donde una comunidad hispana necesite recordar de dónde viene. El merengue no es solo música: es identidad, es alegría, es historia… es el latido eterno de un pueblo que nunca deja de bailar.