Oda a la esperanza redimida eternamente

“Cada cual, en esta transacción o acuerdo trascendente, pone de su parte y pone su parte… Uno pone la flor y otro los ojos para verla. Uno pone el deseo y otro el cuerpo donde hacerlo posible. Uno pone el instrumento musical y otro la inspiración para que suene bien afinado en honor del amante humano o divino”. (Subhro Bandopadyay y Jesús Aguado).

Todo el aire se aposenta en mi refugio de alegría en esta temporalidad tan corta; empero, ella recrea la existencia de mi sonrisa conjugada, de un presente, de un futuro.
Se agolpa en un instante el amparo, mi cobijo de mi eternidad, aupada en una esperanza redimida que me auxilia, que me ayuda para poder luchar. Se granula en mí ese espacio vital que habita en mi interior y que me anima al gozo en todas sus manifestaciones.
Un gozo que permea al ambiente, esbozado en una conjugación perfecta: naturaleza y construcción social, se anidan e incumban para hacer posible que el alma del dominicano, fluya más rápido con la risa, cuasi perenne de felicidad.
Este periodo de la navidad refleja ese instante corto y deseado. El anhelo de que llegue nos permite transarnos en la diferencia, nos coloca dejar atrás las emociones negativas, para que el deseo sublime de la esperanza se potencialice en los niveles exponenciales de la existencia deseada.
Es ahí donde un te quiero, donde te auguro lo mejor, se amplifica, donde el deleite, el placer de bailar, de comer, de compartir, nos lleva a recordar, a vivir la naturaleza esencial del sentido de la vida: compartir con los demás; donde el compromiso fluye más como hondura racional, como expresión de lo mejor de nuestra génesis animal.
La magia emerge en tan breve periodo porque en Dominicana, gran parte de las diferencias, se acurrucan en un diván para darnos tiempo de abrazar, sinceros. Allí, donde el hola sacude y barre la ola de la podredumbre, de la estupefacción. Abrazamos sin perdernos, henchidos de la esperanza redimida, en esta agonía, que es al mismo tiempo, salto cualitativo terrenal, ecoamigable, sostenido e inocuo.
La navidad, para nosotros, es como el arte de la desaparición de los rituales de los once meses anteriores. Es la negación, sobre todo, en el calendario de mayo, julio y septiembre. Aquí y ahora, la temperatura bioagradable nos incita e invita a hacer cosas, a imaginar el futuro que queremos. Es el tiempo para pasar balance: individual y colectivo. ¿Qué quería este año que termina y qué logré? ¿Cuáles quería que no se dieron? ¿Puedo planificarla para el 2026 conjuntamente con las que proyectamos para ese año: mis prioridades, que me hacen ser lo que soy y seré?
En lo colectivo, sumergirnos en rupturar la corrupción como sistema, en colocar el desarrollo institucional como bandera, que yugule y ahogue el personalismo y que desestructure el peso lacerante de la justicia, que como desequilibrio ondea la desigualdad avasallante de la jerarquización del poder y del dinero.
La navidad es recrearnos, es situar las piernas en los mosaicos tibios de la lozanía que nos permite imbricar el puente de soñar. Soñar con visión, pues no podemos quedarnos con los sueños y nada más, para evitar lo que nos decía Calderón de la Barca: Los sueños, sueños son. La visión es la imagen de lo que es posible de cara al futuro.
La navidad es el soplo de cantar en la melodía del silencio. Que coadyuva que “Para que yo te cante me mantienes en vela y me regalas más latidos de los que caben en mi corazón” (Tagore). Pero, navidad, no es religión. La contiene y hoy, la trasciende en su génesis de la historia. Como nos dice Byung-Chul Han en Pensar Sobre Dios “Las causas de la crisis de la religión es la pérdida del silencio. La nuestra es una época de ruido. Nietzsche había podido decir perfectamente “El ruido ha matado a Dios. De hecho, el ya acusó al creciente ruido de ser el responsable de la crisis del pensamiento…””.
Nuestra sociedad necesita silencio, que significa el espacio de la atención. Por ello, en esta navidad encontremos el equilibrio de pensar y reflexionar, para empujar al desequilibrio de la modorra que nos tiene desde hace 30 años con una inversión en salud que ha rondado desde el 1.7% al 2% del PIB y con el Gasto público social de los más bajos de la región: 8.7% del PIB, tres puntos por debajo del promedio de los países evaluados.
En esta navidad ponderamos con un eco permanente, la necesidad de adentrarnos en la búsqueda de la verdad inevitable, inexorable, más que el juego de palabras de opiniones. Vale decir, hoy nos encontramos desbordados, donde el lenguaje no recoge ni describe exactamente los hechos, los acontecimientos.
En esta navidad transitemos en la asunción de un nuevo nivel del pensamiento, la ineludible comprensión y entendimiento de tocar la ética, para dejar atrás el rol del país líder en la región en el fraude social. Que como nos dice Victoria Camps “para Aristóteles, la ética es una teoría de la acción humana en este mundo, con y para sus imperfecciones y finitudes, una teoría basada en la experiencia y centrada en la búsqueda del bien para el hombre, que es, al mismo tiempo, el bien de la Polis, porque es en contexto social donde, de hecho, se realiza la excelencia del ser humano…”.
En esta navidad auguro, como puente combinado de añoranza, de nostalgia, de amor, de alegría, ver con nuevos ojos, observar con otra lupa, para que la esperanza redimida cobre cuerpo y más sentido fiel de lo que somos realmente los dominicanos.
(Los timbales anuncian…)
Los timbales anuncian la gran fiesta.
Con el viento del este se inaugura
Lo oscuro del azul. Los bosques bailan
Con los bosques. Repiquetea el agua,
Que agradece la tierra. Que alegría.
Atinada la vina de la lluvia,
Las hojas y las flores cantan juntas.
(Rabindranath Tagore)
¡¡¡Felicidades del alma, con una inclinación de reverencia que apuntale hacia la fe y la esperanza, de que un país más justo y con más desarrollo humano es posible, en medio de los bailes y de la lucha!!!