México.-Habitantes del pueblo de Tlahuelilpan advierten que la toma que explotó dejando hasta el momento 85 muertos, era “popular”, porque supuestamente los ladrones solían reunirse en la sección del oleoducto, la cual había sido dañada y reparadas en varias ocasiones.
El viernes, en medio de una escasez nacional de combustible en las gasolineras mientras el gobierno intenta combatir el robo generalizado, esta sección particular del oleoducto comenzó a operar de nuevo, tras haber estado cerrada casi cuatro semanas.
De inmediato, corrió como pólvora la noticia de que la gasolina estaba fluyendo, tanto como corrió hacia allá la multitud.
Cientos llegaron al sitio de la rotura, portando bidones de plástico y con los rostros cubiertos con pañuelos. Algunos arrojaron piedras y agitaron palos en dirección de los soldados que intentaban alejarlos de allí.
Tlahuelilpan es una comunidad principalmente agraria que se ubica a 90 minutos de Pachuca, la capital del estado de Hidalgo, y a sólo 13 kilómetros (8 millas) de la refinería de Tula, operada por la paraestatal Petróleos Mexicanos.
Al principio la fuga de gasolina era manejable, dicen los habitantes, emitiendo un borbollón que permitía llenar pequeñas cubetas, una a la vez. Pero a medida que la multitud creció hasta llegar a más de 600 personas, la gente se impacientó.
Fue entonces cuando un hombre introdujo una varilla en el agujero y, la gasolina se elevó 6 metros (20 pies) hacia el cielo. Sin embargo, lo que en el momento generó júbilo, más tarde se revertió en llanto y desesperación.
Durante casi dos horas, más de una docena de soldados se mantuvieron apostados a orillas del campo, advirtiéndole a los civiles que no se acercaran. Las autoridades dicen que los militares eran inferiores en número y tenían órdenes de no intervenir.
El olor a gasolina creció y creció a medida que miles de barriles se fugaban. Aparentemente los que estaban más cerca del borbollón comenzaron a delirar, intoxicados por los vapores. Los pobladores trastabillaban por aquí y por allá. La noche se llenó de una neblina extraña, una mezcla del fresco aire de las montañas y las finas partículas de la gasolina.
La bola de fuego que se tragó a todos los que recolectaban gasolina subraya los peligros de la epidemia de robo de combustible que el nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador prometió combatir.
Para el domingo por la noche el número de muertes por el estallido del viernes había aumentado a 85 personas y otras 58 permanecían hospitalizadas y otras docenas siguen desaparecidas.