Otra vez la naturaleza trata de abrirnos los ojos para indicarnos no confiar ciegamente en el modelo de turismo actual como una de las bases principales en nuestro desarrollo. Las hermosas playas con la que felizmente hemos sido dotados, los exuberantes bosques, las lindas y verdes palmeras y las estructuras turísticas creadas por el hombre, pueden desaparecer de la noche a la mañana. En un santiamén. Solo basta con la formación en el occidente de África de una pequeña depresión tropical tipo Fiona o Ian y esta comience a viajar lentamente hacia el oeste, adquiriendo cada hora mayor potencia hasta llegar a las bellas islas del caribe convertido en un poderoso y terrible huracán de categoría 5.
Por otro lado, nosotros insistimos. Durante la pandemia, no tuvimos ese extraordinario crecimiento de las remesas, sino que, al cerrarse los puertos marítimos y los aeropuertos, la diáspora, imposibilitada de viajar o enviar paquetes, se vio obligada a utilizar los bancos y las remesadoras oficiales, dando lugar a las autoridades financieras del gobierno poder contabilizar todos los envíos llegados al país. Cosa imposible de hacer cuando usted puede desplazarse libremente, pues regularmente, gran parte de esas divisas las lleva consigo. Además, los productos comestibles enviados en tanques y en cajas, mientras duraron las restricciones por el COVID-19, fueron reemplazados por dinero en efectivo. De ahí la ilusión de ese incremento.
Con esto, en ninguna circunstancia, queremos insinuar el abandono del renglón turístico y no tomar en cuenta las aportaciones de la diáspora dominicana. Todo lo contrario. Hemos insistido en que el “todo incluido” ya cumplió su cometido. Debemos pensar en adicionar otros tipos de atracciones para nuestros visitantes extranjeros. La llamada industria sin chimenea no puede ser tan susceptible de los cambios bruscos de la naturaleza. Debe ir mutando hasta incluir el turismo de convenciones, de salud, de retiro, histórico.
Estamos localizados en el mismo centro del Caribe, con excelentes conexiones aéreas y marítimas y una gran disponibilidad habitacional. Contamos con muy buenos galenos y magníficas instalaciones sanitarias, públicas y privadas. El costo de vida para los jubilados de los países desarrollados es mucho más barato en nuestro país. Nuestra historia está llena de pasajes interesantes. Somos de verdad la ciudad primada de América, con edificios construidos en el siglo XVI y aún se conservan en muy buen estado. Monumentos subutilizados, verbigracia, el Faro a Colón.
En cuanto a la población allende los mares, ponerles más atención a los llamados “dominicanos ausentes” los cuales siempre han estado presentes en todas las ocasiones rutinarias y de emergencia cuando han sido de necesidad.
Una comunidad criolla-internacional subutilizada donde los políticos lo único que le han dado son caramelitos de entretención como los caros e inútiles diputados de ultramar, la entelequia de Instituto del Dominicano del Exterior y, en el caso de Nueva York, el actualmente cerrado Comisionado Dominicano de Cultura. Para peores, por si fueran pocos esos elefantes blancos, un eterno aspirante a la presidencia se destapa proponiendo la creación de un ¡Ministerio de la Diáspora! Otro desaguisado.
Agradecer el sacrificio de esos quisqueyanos no es dándole “botellas” en los consulados, embajadas y misiones en el extranjero a un grupito de vivos regularmente sin ninguna preparación, con honrosas excepciones, cuya única habilidad es ser cachanchán del presidente o de algún funcionario de turno. Si de verdad tuviéramos una institución preocupada por los criollos de ultramar, se darían cuenta de la cantera de talentos existente en ese conglomerado, ya de segunda y tercera generación, o sea, nuestros hijos y nietos.
Estos, han estudiado y se han desarrollado en los países del primer mundo donde nacieron y siguen diciendo, con muchísimo orgullo, que son dominicanos y de ñapa, esa instrucción no le ha costado un solo centavo al Estado Dominicano.
Así como nos preparamos, reforzando nuestras casas, alejándonos de los lugares más vulnerables o acudiendo a la protección de los refugios oficiales cuando se anuncia un huracán en dirección a nuestro país, debemos hacer lo mismo con el turismo y la diáspora.
Reforzar la industria turística y alejarnos, paulatinamente, del tipo de excursiones que no interactúa con la población, pues confinan a quienes nos visitan al área de un resort. Dotemos de seguridad las ciudades para permitir al turista el poder disfrutar de sus encantos y compartir con el pueblo.
En cuanto a la diáspora, Exigirle a nuestros cónsules y embajadores hacer su trabajo. Visitar escuelas, universidades, centros deportivos e instituciones de los países donde prestan sus servicios y contactar esas lumbreras criollas que, muchas de ellas, estarían dispuestas a compartir sus conocimientos trabajando para nuestro país si se les provee con los salarios y las condiciones adecuadas. Esto se puede implementar muy fácilmente rompiendo unas cuantas “botellas”.