Al acercarse un nuevo torneo electoral, surge la bandera de los chaqueteros que se pasan de un partido a otro buscando beneficios personales. Sin cargas ni basamentos ideológicos, no pasa de ser la acción de los trepadores sociales.
Es un tren que pasa cada cuatro años, y el que no se engancha al vagón que estima ideal, lo pierde todo. Pero lo cierto es que el mal llamado transfuguismo es una muestra en carne viva de lo que es la política-partidista dominicana.
Hay una fragilidad lastimosa en los partidos políticos, los que carecen de estatutos, de plan de gobierno, de lineamientos claros sobre la ayuda comunitaria y los cambios sociales que necesita la nación.
El sudar y coger sol en una concentración se considera que es suficiente para que se alcance una contrata, un buen cargo, o sencillamente que se reciba un cheque sin trabajar.
El transfuguismo es solo una demostración de la degeneración política, que se nota y palpa en todos los grupos reconocidos o no por la Junta Central Electoral.
Hay una realidad, nadie puede obligar a otro a pertenecer a un partido político, ni a una organización religiosa. Hay libertad de ideas, de partidismo y de culto. Usted puede ser católico hoy, y mañana evangélico y nadie se lo prohíbe.
Asimismo puede ser opositor, o gobiernista, de acuerdo a su conveniencia, y solo golpea fibras morales de los que le conocen, pero no más de ahí.
La ley electoral trata de controlar el transfuguismo, pero no puede. Sería limitar la libertad de movimiento del ciudadano, lo cual sería intolerable. Es más, la Junta ha querido en varias ocasiones sancionar al aspirante derrotado que sale de un partido para ir a otro a buscar la nominación.
Una farsa para dejar complacidos a todos. Los reglamentos electorales ni la constitución sancionan a un diputado cuando renuncia de su partido, y se lleva la posición para otro. Una muestra de que el transfuguismo se aplica medalaganariamente.
El transfuguismo se mantendrá vivo mientras la política sea un circo romano donde todos van a luchar para tratar de lograr un ascenso social. La política va dejando de ser un terreno de caballeros, para convertirse en la bandera de los más osados.
Como buen crítico de cine, recuerdo a El Gatopardo, y la famosa frase acuñada en el libro del Márquez de Lampedusa: es necesario cambiar, para que todo siga igual. La sociedad está carcomida y necesita cambios verdaderos. ¡Ay!, se me acabó la tinta.