“No hay momento más singular para el desarrollo cerebral de los chavales, y por lo tanto para abrazar su futuro, que los primeros años de existencia. Pero la custodia, ciertamente, es un trabajo demasiado costoso para hacerlo solos. Juntos podemos salvar la vida de millones de niños”.
Absolutamente, el mejor comienzo es una buena crianza natural, lo que nos exige más entrega y generosidad en cualquier caso. Nuestros progenitores son, en efecto, la condición privilegiada del sostén sociable. Sus abecedarios suelen acariciar y verter tranquilidad, lo que favorece un crecimiento saludable. Bajo esta dirección, nos alegra que la comunidad internacional apueste cada día más, por reivindicar el papel de los padres en la educación de sus hijos, mediante el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, lo que nos demanda que han de crecer también en un ambiente de concordia y en una atmósfera de felicidad, amor y comprensión. Realmente, es esa alegría que se vive en comunión, con deseos de compartir y participar, lo que hace multiplicar nuestro entusiasmo y regenerar nuestros propios andares por aquí abajo.
No hay momento más singular para el desarrollo cerebral de los chavales, y por lo tanto para abrazar su futuro, que los primeros años de existencia. Pero la custodia, ciertamente, es un trabajo demasiado costoso para hacerlo solos. Juntos podemos salvar la vida de millones de niños. Precisamente, hoy más que nunca, necesitamos que los gobiernos activen las políticas de techo y sucesión. Indudablemente, esta atmósfera de hogar favorece la socialización y contribuye a atajar los fenómenos de soledad y violencia, a través de la transmisión de valores y mediante la experiencia del soplo fraterno y solidario. Desde luego, no puede haber sociabilidad sin ejercitar el amor, en su puro estado de entrega y reencuentro. En cierto modo, por consiguiente, una sociedad y su porvenir dependen de esa lírica amorosa puesta en práctica.
Lo mismo sucede con el ejercicio deportivo, cuando el juego se cultiva poniendo a las personas en el centro y potenciando el gozo de jugar entre sí, hace que se activen los vínculos mutuos, hasta sentirse parte de un grupo. La dimensión de este espíritu es fundamental, mayormente para los más pequeños, genera alegría, propicia trato y crea amistades, y al mismo tiempo es formativo. Sin duda, tampoco tenemos mejor columna asistencial que la contemplación de estas relaciones sólidas y duraderas. En efecto, así como el deporte es un generador de comunidad, la familia también es un productor de nexos cordiales y humanitarios. Por eso, necesitamos abrir las puertas del alma para observarnos y ver con deportividad la cantidad de bienes sociales que nos acompañan. Acojamos, pues, los diversos mundos y explorémoslos con discernimiento.
A poco que nos adentremos en esa capacidad receptiva, percibiremos que todo es diverso y que todo es más bello después de haberlo encontrado en su estado místico de filiación, lo que nos demanda una fuerte dosis de entendimiento en favor de la vida y lo armónico. Está visto que la brutalidad injerta más problemas generales que los que resuelve. Deberíamos, entonces, repensar lo de reunirnos para unirnos, dado el sentimiento de la propia debilidad que nos impulsa a una originaria sociabilidad. No importa lo sucedido hasta ahora, lo vital es reconciliarse y despojarse. El afecto no busca su interés, jamás toma en cuenta el mal recibido, sino que se alegra con la transparencia de lo auténtico, para gestar ese poema interminable de luz que nos vincula, sabiendo que en la espera tampoco habita la desesperación, al sobrellevarse con esperanza y ternura.
Por desgracia, hemos entrado en un terreno de confusión permanente, del que tenemos que salir más pronto que tarde, empezando por las plataformas digitales. Estas deben asumir su responsabilidad para frenar el discurso de incitación al odio y la venganza. Nos toca acabar cuanto antes con estos legados inhumanos, comenzando por transformar las injusticias de ayer en las libertades del ahora. Al mundo le hace falta una inyección de sociabilidad. Realmente el bien de la estirpe es decisivo, porque son esas alianzas las que impregnan estabilidad y conjunción de sueños, y no ese individualismo egoísta que confunde las mentes y los corazones. Lo sustancial radica en promover una cultura que nos enlace, diciendo adiós a este tiempo de incertidumbre y de falta de esperanza que sufrimos. En este sentido, son estos espacios de parentela los que deben ser testigos y protagonistas del itinerario benéfico.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor