Hoy la sociedad está permeada de vivir en un mundo de apariencias o máscaras, en donde la simulación es siamesa de lo irreal; es decir, se vende lo que no se vive; lo mercurial desplaza la centralidad del ser humano; lo escandaloso y violento crea likes y tendencias; se procura visibilizar la intimidad para que otro por más extraño que sea, la valide; con la única pretensión de convertirse en ¨influencers¨ más allá de lo racional.
Este aparentar envuelto en ficción genera vacíos; por lo tanto, es un ejercicio peligroso de la posfelicidad; donde lo virtual o superficial desplaza a la realidad física; generando a su vez unas series de individuos autómatas, desgastados por un exhibicionismo egocentrista acentuado. Vale decir, viven nublados con una mente de deseos etéreos y un ego implacable, absorbido en su individualismo y barnizado por un relativismo tan confuso y oscuro.
En definitiva, en este tipo de sociedad, se cuida la carátula o exterior más que el interior; lo insustancial se coloca por encima de las ideas; se ejercita progresivamente la cultura de la inmediatez: el aquí, el ahora, lo fácil y la búsqueda de atajos sin escrúpulos para llegar a un fin, por encima del debido proceso; y, por lo tanto, se trata de normalizar los vicios, las mentiras, la corrupción y todas las actitudes espurias y abyectas.
Todo parece indicar, sin ser pesimista ni alarmista, que caminamos hacia una sociedad de zombies; controlados, deslumbrados y enceguecidos por una falsa libertad. En donde queremos hacer todo cuanto se nos antoje, sin importar cruzar límites, aunque esto conlleve nuestra propia destrucción.
Esa falsa libertad nos está llevando poco a poco a la deshumanización; creando unas series de seres crueles, capaces de perturbar el orden y armonía de la familia; y desmoronar de manera consciente e inconsciente, todas las herramientas de control, equilibrio, principios y valores en la sociedad. Su norte es legitimar e imponer por cualquier medio, sus oscuras pasiones y placeres de manera totalitaria.
En esa llamada sociedad zombi, se puede observar cómo ciertas personas, se están sintiendo cada vez más desorientadas e incapaces, de actuar de un modo racional dentro de su entorno. Sus miedos, estrés y ansiedades más profundas, quieren ahogarlas en alucinógenos y drogas disociativas. Se adentran de tal manera, que convierten su dignidad en un pútrido estado de descomposición.
Estas personas zombies dan la impresión de hallarse vagando sin rumbo, ni propósito; caminan como muertos vivientes, caracterizado por una indiferencia pasmosa; sin voluntad para hacer el bien, pero obsesivos furibundos hasta la inconsciencia más salvaje.
Su fin, subyace en diluir la frontera entre el bien y el mal. Se tropieza con tragedias, sin que estas se noten, fruto de una insensibilidad social espeluznante; ya que alimenta de la violencia, hacedora de pesadillas traumáticas y partera de desgracias. Su único propósito es sembrar sufrimiento y dolor. Su lugar predilecto es el cerebro, lo contagia, lo obnubila y lo utiliza como plataforma de propagación, ya que se alimenta de la baja inteligencia emocional.
En esa sociedad zombie se intenta empujar a la moral a un limbo o más bien al ocaso; ya que las maltrechas referencias gelatinosas y biografías escabrosas, gozan célebres.
La misma, es cómplice de la sociedad de la posverdad, la cual crea una metamorfosis extraña; lo que antes era vicio ahora es virtuoso. Lo absurdo e ilógico, se valida como norma. La perversidad y la violencia, se quiere visibilizar como una costumbre aceptada, porque se ancla en el todo depende.
¿Qué hacer para no sucumbir ante este escenario apocalíptico?
Es tiempo de despertar lo humano; es decir abrir el corazón y la mente, a la voz de la conciencia, para que nos avise de esos peligros y amenazas latentes; para que reconozcamos con valentía esas ¨ideologías¨ que procuran zombificar a la sociedad; y para que nos estimulemos unos a otros en revolucionar la superioridad del bien, la belleza y la verdad.
Es tiempo de volver al arte del buen vivir; de comprometernos con el ejemplo, a mantener alejados de la sociedad esos gérmenes corrosivos que contaminan la vida de las personas.
Es tiempo de edificar un mundo maravilloso, pintando con los colores de la compasión cada rostro cubierto de sufrimiento. Hacer florecer la sonrisa de la esperanza, más allá de las oscuridades que siembran confusión y dolor. Provocar la bondad más allá de las murallas del corazón.
Finalmente, es tiempo de generar conciencia y respeto por la vida, para así, discernir con madurez, cada proceder y pensar; abrevando con raciocinio en el manantial de la prudencia, la justicia y el amor. Fomentando lo sensato, la cordura y la paz en cada acto; evitando siempre menospreciar y dañar a los demás. En definitiva, hacer un buen uso de la libertad sin que sea afectada por el desenfreno y la soberbia.