Los partidos políticos tienen una línea bien establecida de hasta donde llegan sus intereses particulares, y cuáles deben ser los beneficios de las comunidades. Se buscan soluciones para la superestructura social, pero los que solo son estadísticas están fuera del espectro.
De ahí que llama la atención que a alguien se le ocurra pensar que los debates televisados deben ser obligatorios. En política nada puede ser obligatorio, salvo el cumplir con las leyes establecidas.
En los Estados Unidos, el debate público de televisión es una costumbre pero no una obligación. Usted va si considera que le favorece a sus planes partidarios.
Caso más reciente es el de España, donde el Partido Popular, con Alberto Núñez Feijoo a la cabeza, consideró que de nada le favorecía ir al debate final y lo rechazó. Se puede organizar el encuentro de televisión y que vaya el que quiera, nada más, y nada menos.
Por demás, los políticos hablan a diario, lo que es más que suficiente. Muchas cosas que dicen nunca las van a cumplir, pero es el mundillo de la política donde se buscan cuadros de impulso a un titular o un click.
Una valoración de una noche no tiene mayor trascendencia. No pasará de simpatizar con los colores de la corbata, si el traje está ajustado, si se hacen ademanes que sorprenden, y ya. Todo está dicho en el vocabulario de los políticos y no hay más nada que buscar.
En nuestro país el mayor caudal de votos, está en los barrios populares y la zona rural. En el siglo 20 el campo dominicano, en nivel de subsistencia y sin reconocimiento humano, aglutinaba la mayor de la población votante.
Pero el surgimiento de los cordones de miseria en las grandes ciudades cambió ese panorama. Los barrios miserables son los herederos de un campo que surgió sin energía eléctrica, sin servicios sanitarios, sin dispensarios médicos, y con dificultades para conseguir la comida diaría
De hecho, cambiando la oscuridad por la luz neón, nada nuevo han tenido las generaciones nacidas en los patios, y cuyos padres emigraron en estampida tratando de conseguir una vida mejor.
Los políticos son encantadores de serpientes, pero hay un día, el momento de las votaciones, que comprenden la fragilidad del poder. El Don Nadie le puede otorgar todo el poder a quien quiera.
El pueblo tiene que comprender que es el dueño del país por doce horas, y que solo a él le toca decidir su destino. Por suerte, el debate televisivo no es un plato favorito que se degusta en la mesa de los indigentes. ¡Ay!, se me acabó la tinta