Una de las primeras declaraciones de Danilo Medina poco después de su investido como presidente en 2012, fue una clara imputación a su predecesor Leonel Fernández, al afirmar que había encontrado “un maletín lleno de facturas”, una forma aviesa de empezar a zaherir al exgobernante en ruta a un inesperado clímax.
En consonancia con aquella truhanería, en meses sucesivos, y por claro designio del gobernante, varios funcionarios montaron la narrativa del “déficit fiscal de 200,000 millones de pesos” que supuestamente había generado la Administración Fernández.
Ambas prédicas fueron el escenario propicio para la orquestación, entre otras acciones, de los llamados “juicios populares”, donde el entonces presidente del Partido de la Liberación Dominicana resultaba, ipso facto, condenado, sin observarse el debido proceso en materia del derecho de defensa
Sin embargo, ni Danilo ni su cohorte dijeron que, tanto las facturas en el imaginario maletín como el déficit fiscal—la cantidad real distaba un abismo de aquella—, fueron contraídos por Fernández para hacerle presidente, sin cuyo apoyo y determinación, Medina se habría quedado, como en el 2000, rumiando la frustración de no alcanzar la presidencia.
Pero la maldad contra su compañero de partido—es propio de los ingratos—alcanzó niveles deleznables con el uso de un convicto narcotraficante para hacerle reclamos económicos a Leonel con el deliberado propósito de aniquilarle política y moralmente.
Y pudiéramos llenar varias páginas con un amplio memorial de agravios, pero creo suficientes los señalados para no entender cómo el doctor Fernández se aviene a un acuerdo electoral con el mismo sector que durante ocho años puso en marcha un plan dirigido a sacarle de circulación.
Es cierto que las decisiones políticas deben estar determinadas por la racionalidad, no por la emocionalidad, y que lo racional es la pauta de conducta de los verdaderos líderes.
Ahora bien, a veces lo emocional, que depende del corazón más que del cerebro, debe ser importante en las decisiones humanas.
Por ejemplo, en mi particularidad, que durante años he apoyado a Leonel, sin condiciones, en esta oportunidad, y sin que necesariamente se ajuste al caso específico, debo recurrir a parte de uno de los versos de “Milonga para una niña”: “…puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo”. Mucho menos si el vuelo es junto a canallas y simuladores.