Amy Goodman y Denis Moynihan
El Ojo de Dubái –”Ain Dubai”, en árabe– se promociona como la noria más grande del mundo. Esta rueda de la fortuna, de 250 metros de altura, domina la isla artificial en la que se asienta. El gigantesco Ojo, que nunca parpadea, tiene fija su mirada en el paseo marítimo de Dubái, sus imponentes hoteles de lujo y su puerto deportivo repleto de yates de propiedad extranjera. El Ojo de Dubái funcionó solamente durante unos meses, antes de ser clausurado abruptamente en 2022. Solo es posible especular acerca de los motivos de esa clausura, ya que los Emiratos Árabes Unidos, el petro-Estado autocrático que gobierna Dubái, no ha querido revelarlos. Una teoría sostiene que la noria se está hundiendo lentamente en la arena y que la estructura, un 25% más pesada que la Torre Eiffel, acabará derrumbándose y aplastando los lujosos rascacielos residenciales que la rodean. El Ojo de Dubái se erige así como una elocuente metáfora de la locura de la humanidad, que intenta someter a la naturaleza a su voluntad, y fracasa.
En el otro extremo de Dubái, la Expo City es la extensa instalación en la que los Emiratos Árabes Unidos acogieron a la COP28, la cumbre anual de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, una iniciativa mundial que durante tres décadas ha intentado abordar el cambio climático. Las negociaciones, que se extendían hasta altas horas de la madrugada, se intensificaron a medida que se acercaba el final de este evento de dos semanas de duración. Bajo la dirección del sultán Al Jaber, presidente de la COP de este año y también director ejecutivo de la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi, empresa estatal de los Emiratos Árabes Unidos, los representantes diplomáticos que participaron en la cumbre no lograron cumplir con la fecha límite para presentar una declaración final, establecida para el martes. Esto se debió a que debatieron si el documento final debía o no abogar por una “eliminación gradual” total del uso de los combustibles fósiles o simplemente por una “reducción gradual”, expresado en términos más suaves.
Al final, los trasnochados negociadores optaron por no emplear ninguna de las dos expresiones, posiblemente abrumados por la presencia de un ejército de representantes de petro-Estados y más de 2.400 lobistas de la industria de los combustibles fósiles. El texto final del acuerdo promete, en cambio, una “transición hacia el abandono de los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa”. Organizaciones activistas elogiaron el hecho de que, por primera vez, se haya empleado el término “combustibles fósiles” en un documento emitido por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La organización ambientalista 350.org lo calificó como un “guiño débil pero bienvenido” en un texto que, por lo demás, está “plagado de lagunas”.
Al comenzar la COP28, el climatólogo Kevin Anderson pronosticó en redes sociales: “Esto se parece más a una camarilla de petroleros que a una cumbre climática. Ya se sabe cuál va a ser el resultado”.
Anderson no asistió a la COP28, en parte debido a que evita viajar en avión por las emisiones globales de gases de efecto invernadero generadas por este medio de transporte, pero también debido a su creciente escepticismo respecto al proceso de estas negociaciones.
En pleno desarrollo de la COP28, el profesor Anderson dijo a Democracy Now!: “En todos los niveles, los tentáculos de las grandes petroleras están cambiando nuestra sociedad y, fundamentalmente, modificando de manera radical nuestro clima. Estas cumbres climáticas se han convertido en poco más que una farsa por medio de la cual las empresas petroleras y de otros tipos de combustibles fósiles ocultan que realmente no se está haciendo nada”.
El resultado de la COP28 incluye un Balance Global, que es una evaluación de los avances que los más de 200 países del mundo han realizado ocho años después de la firma del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático de 2015 para lograr el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, objetivo establecido en dicho acuerdo.
Las lagunas mencionadas por la organización 350.org permiten continuar con la extracción y quema de combustibles fósiles. En la declaración final de la cumbre se promueve la “eliminación gradual de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”, lo que sugiere que existen subsidios “eficientes” a los combustibles fósiles. El movimiento que promueve la desinversión en la industria de los combustibles fósiles refuta este punto. En el documento también se afirma que “los combustibles de transición pueden contribuir a facilitar la transición energética”. Esto se refiere claramente al metano, una sustancia que la industria comercializa como “gas natural”, pero que es mucho más potente como gas de efecto invernadero que el dióxido de carbono.
Luego está la cuestión de quién va a pagar los costos de la transición para que la economía mundial deje de depender de los combustibles fósiles.
Tras la presentación del nuevo acuerdo, Asad Rehman, portavoz principal de la Coalición por la Justicia Climática, habló con Democracy Now! desde la sede de la COP28: “No hay fondos destinados a financiar la transición. […] La idea de destinar fondos públicos para abordar la crisis climática, que es algo que realmente se necesita con urgencia, se está desaprovechando. En cambio, las únicas referencias a la financiación se centran en el capital privado”. Rehman sostiene que, para atraer las enormes sumas de dinero que se necesitan, se están debilitando muchas normas: “Se están reduciendo las normas ambientales. Se están reduciendo las normas que [protegen] los derechos de los trabajadores. Esto hace que nuestras economías sean mucho más atractivas para el capital privado. Por lo tanto, la responsabilidad de asegurar las ganancias [de las empresas] recae ahora en los países en desarrollo, lo que es una auténtica locura”.
La cumbre climática de la ONU del año que viene, la COP29, se celebrará en Bakú, la capital de Azerbaiyán, otro petro-Estado autoritario. La organización Human Rights Watch informó el 5 de diciembre: “En Azerbaiyán, una nueva ola represiva se ha dirigido contra los medios independientes financiados desde el extranjero, así como contra periodistas que critican al Gobierno y denuncian los actos de corrupción de alto nivel”. En este contexto, al menos seis periodistas han sido arrestados en los últimos días en ese país.
Los Estados cuya economía se sustenta en la industria petrolera, como los Emiratos Árabes Unidos y Azerbaiyán, desempeñan un papel predecible en la protección del “statu quo”. Sin embargo, es el mayor petro-Estado del mundo, Estados Unidos, el que ostenta más poder en las cumbres climáticas. Como el mayor productor y exportador de combustibles fósiles, y como el mayor emisor histórico de gases de efecto invernadero del mundo, Estados Unidos es el principal responsable de la crisis generada por el cambio climático. Las negociaciones climáticas que se llevaron a cabo en las arenas movedizas de Dubai, con su gran Ojo que se hunde lentamente en la arena, se trasladarán el próximo año a Azerbaiyán. Mientras tanto, lo que la gente demanda a sus líderes electos aquí en Estados Unidos repercute en todo el mundo.
© 2023 Amy Goodman
Traducción al español de la columna original en inglés. Edición: Democracy Now! en español, [email protected]
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.