Este 24 de diciembre, el Santo Padre presidió la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor, en la Basílica de San Pedro. En su homilía, el Pontífice dijo que, “nuestro corazón esta noche está en Belén, donde el Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra”. Además, invitó a redescubrir la adoración que es el camino para acoger la Encarnación, porque “adorar es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia”.
“Esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, oh Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo. Haz que, como María, José, los pastores y los magos, nos reunamos en torno a Ti para adorarte. Haciéndonos Tú más semejantes a Ti, podremos testimoniar al mundo la belleza de tu rostro”, en esta oración se concentra el mensaje de la homilía que el Papa Francisco pronunció en la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor, que presidió este 24 de diciembre, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.
Al inicio de su homilía, el Santo Padre recordó que, Jesús nace en un contexto particular, descrito por San Lucas, en el cual se realizaba «un censo en todo el mundo» (2,1). Este evento del que habla el evangelista con precisión, indicó el Pontífice, manifiesta un gran contraste:
“Mientras el emperador contabiliza los habitantes del mundo, Dios entra en él casi a escondidas; mientras el que manda intenta convertirse en uno de los grandes de la historia, el Rey de la historia elige el camino de la pequeñez. Ninguno de los poderosos se percata de Él, sólo algunos pastores, relegados a los márgenes de la vida social”.
Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor
Pero el censo, precisó el Papa Francisco, revela aún más. En la Biblia no dejaba un buen recuerdo y explicando el pecado de autosuficiencia que cometió el rey David, el Pontífice dijo que, “el Señor, indignado, asoló al pueblo con una desgracia”.
“En esta noche, en cambio, después de nueve meses en el vientre de María nace Jesús, el ‘Hijo de David’, en Belén, la ciudad de David, y no castiga por el censo, sino que se deja contabilizar humildemente. No vemos un dios iracundo que castiga, sino al Dios misericordioso que se encarna, que entra débil en el mundo, precedido del anuncio: «en la tierra, paz a los hombres» (Lc 2,14). Y nuestro corazón esta noche está en Belén, donde el Príncipe de la Paz sigue siendo rechazado por la lógica perdedora de la guerra, con el rugir de las armas que también hoy le impiden encontrar una posada en el mundo”.
Y esta primera idea del censo, afirmó el Santo Padre, en definitiva, manifiesta, por una parte, la trama demasiado humana que atraviesa la historia: la de un mundo que busca el poder y la fuerza, la fama y la gloria, donde todo se mide con los éxitos y los resultados, con las cifras y los números. Es la obsesión del beneficio. Pero, al mismo tiempo, en el censo se destaca el camino de Jesús, que viene a buscarnos a través de la encarnación.
“No es el dios del beneficio, sino el Dios de la encarnación. No combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume”.
El Papa durante la homilía en la Misa de Nochebuena
Esta noche, dijo el Santo Padre, podemos preguntarnos: nosotros, ¿en qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio? Sí, porque existe el riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso que está en el cielo; un dios que se alía con el poder, con el éxito mundano y con la idolatría del consumismo.
“Vuelve siempre la imagen falsa de un dios distante e irritable, que se porta bien con los buenos y se enoja con los malos; de un dios hecho a nuestra imagen, útil solamente para resolvernos los problemas y para quitarnos los males. Él, en cambio, no usa la varita mágica, no es el dios comercial del “todo y ahora mismo”; no nos salva pulsando un botón, sino que se acerca para cambiar la realidad desde dentro. Y, sin embargo, ¡qué arraigada está en nosotros la idea mundana de un dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás!”.
En este sentido, el Papa Francisco invitó a dirigir nuestra mirada al «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9); a Él, que está más allá de todo cálculo humano y, sin embargo, se deja censar por nuestros cómputos; a Él, que revoluciona la historia habitándola; a Él, que nos respeta hasta el punto de permitirnos rechazarlo; a Él, que borra el pecado cargándolo sobre sí, que no quita el dolor, sino que lo transforma; que no elimina los problemas de nuestra vida, sino que da a nuestras vidas una esperanza más grande que los problemas. Desea tanto abrazar nuestra existencia que, siendo infinito, por nosotros se hace finito; siendo grande, se hace pequeño; siendo justo, vive nuestras injusticias.
“Este es el asombro de la Navidad: no una mezcla de afectos melosos y de consuelos mundanos, sino la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose. Miremos al Niño, miremos su cuna, contemplemos el pesebre, que los ángeles llaman la «señal» (Lc 2,12). Es, en efecto, el signo que revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y sólo en el amor”.
Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor
Y al seguir desarrollando su reflexión, el Obispo de Roma dijo que el Verbo de Dios «se hizo carne» (Jn 1,14) y esta palabra “carne”, evoca nuestra fragilidad y que el Evangelio utiliza para decirnos que Dios ha entrado plenamente en nuestra condición humana. Pero, para Dios, que ha cambiado la historia durante el censo, tú no eres un número, sino un rostro.
“Hoy, por favor, deja la iniciativa a Jesús, que te dice: ‘Por ti me hice carne, por ti me hice como tú’. ¿Por qué permaneces en la prisión de tus tristezas? Como los pastores, que dejaron sus rebaños, deja el recinto de tus melancolías y abraza la ternura del Dios Niño. Sin máscaras y sin corazas encomiéndale a Él tus afanes y Él te sostendrá (cf. Sal 55,23). Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado. Y tú en Él redescubrirás quién eres: un hijo amado de Dios, una hija amada de Dios. Ahora puedes creerlo, porque esta noche el Señor vino a la luz para iluminar tu vida y sus ojos brillan de amor por ti”.
Pero, entre las tantas cosas y las locas carreras de un mundo siempre ocupado e indiferente, ¿quién mira a Jesús?, se preguntó el Pontífice.
“En Belén, mientras mucha gente, llevada por la euforia del censo, iba y venía, llenaba los albergues y las posadas hablando de todo un poco, sólo algunos estuvieron cerca de Jesús: María y José, los pastores, y luego los magos. Aprendamos de ellos. Permanecen con la mirada fija en Jesús, con el corazón dirigido hacia Él. No hablan, sino adoran”.
Basílica de San Pedro durante la Misa de Nochebuena
Finalmente, citando a un gran narrador de aventuras épicas, el Papa Francisco dijo que, es en el silencio que Jesús, Palabra del Padre, se hace carne en nuestras vidas. Por ello, el Papa invitó a comportarnos como en Belén, que significa “casa del pan”, es decir, a estar ante Él, Pan de vida, en adoración.
“Redescubramos la adoración, porque adorar no es perder el tiempo, sino permitirle a Dios que habite en nuestro tiempo. Es hacer que florezca en nosotros la semilla de la encarnación, es colaborar con la obra del Señor, que como fermento cambia el mundo. Es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia”.