El 29 de julio de 2014, un día que comenzaba como cualquier otro en la remota aldea de Olom, ubicado en la región siberiana de Yakutia, Karina Chikitova, de solo cuatro años, decidió seguir a su padre, quien se adentraba en el bosque para combatir incendios forestales. Sin embargo, su padre, absorto en su tarea y preocupado por la inmensidad del paisaje, no se percató de la presencia de su hija, lo que desencadenaría en su desaparición.
Karina, con la curiosidad típica de su edad y un espíritu aventurero, siguió a su padre sin pensarlo dos veces. En su mente infantil, el bosque siberiano era un lugar vasto y misterioso, pero no temible. Acompañada por su fiel perro Naida, la pequeña se adentró más y más en el bosque, hasta que las sombras de los árboles la envolvieron por completo. Mientras tanto, en casa, su abuela, encargada de cuidarla en ausencia de su madre, asumió que Karina estaba con su padre.
Esta suposición, aunque lógica en un entorno donde las familias a menudo se dispersan para realizar tareas diarias, resultó ser un error crítico. La madre de Karina, Talina, recién se dio cuenta de la desaparición de su hija el 2 de agosto, cuatro días después de que la niña había seguido a su padre en el bosque.
La pequeña, sola en el inmenso y peligroso bosque siberiano, estaba expuesta a los elementos y a los depredadores que acechaban en cada sombra. El bosque no era un lugar para una niña, especialmente en una región donde las temperaturas podían descender dramáticamente y donde los osos y lobos vagaban libremente. La desaparición movilizó a toda la comunidad.
Más de cien personas, incluyendo rescatistas y voluntarios, se unieron en una búsqueda desesperada. Las esperanzas eran frágiles. Los días pasaban lentamente, cada uno marcado por el temor creciente de que la pequeña no pudiera sobrevivir por mucho tiempo en tales condiciones.
Karina, sin entender aún la magnitud de su extravío, encontró consuelo en la presencia de su perro Naida, un compañero fiel que no la abandonaría.
La mascota jugó un papel crucial en su supervivencia. Desde el primer momento, su instinto protector lo llevó a mantenerse cerca de la niña, proporcionándole el calor necesario durante las frías noches siberianas. La lealtad de Naida no flaqueó, incluso cuando la comida escaseaba y el peligro acechaba en cada sombra, el perro permaneció a su lado, su presencia una constante en la soledad del bosque. Después de nueve días de angustia, Naida tomó una decisión instintiva y vital: regresar al pueblo.
La desaparición de Karina movilizó a más de cien personas, entre rescatistas y voluntarios, que enfrentaron el inhóspito terreno siberiano con determinación. Cada día que pasaba sin señales de la niña aumentaba la desesperación.
Desde el momento en que se dieron cuenta de la desaparición, los rescatistas sabían que estaban en una carrera contra el tiempo. Las condiciones en la región de Yakutia eran extremas: durante el verano, las temperaturas podían variar drásticamente, y la presencia de depredadores como osos y lobos incrementaba el peligro. Además, el terreno era vasto y denso, dificultando la búsqueda.
Los rescatistas establecieron un centro de operaciones en el pueblo, coordinando esfuerzos y utilizando todas las herramientas a su disposición. Helicópteros y drones sobrevolaban la taiga, pero la densa vegetación y las camas de pasto que Karina había construido para refugiarse hacían casi imposible su localización desde el aire. Equipos de búsqueda se desplegaron por tierra, peinando el bosque metro a metro, guiados por la esperanza y la desesperación.
Cada día que pasaba sin noticias de Karina debilitaba las esperanzas. Las huellas de osos encontradas en la zona aumentaban la preocupación, y los rescatistas se movían con guardias armados para protegerse de posibles encuentros con estos animales. A pesar de los desafíos, la comunidad no cejó en sus esfuerzos.
El giro crucial en la búsqueda ocurrió el noveno día, cuando apareció el perro solo en el pueblo. Naida era un perro inteligente y fiel, su regreso significaba que había dejado a Karina en un lugar seguro y había venido a buscar ayuda.
Guiados por la mascota, los rescatistas redoblaron sus esfuerzos. Con el perro al frente, se adentraron más profundamente en la taiga, siguiendo las pistas que él proporcionaba. La esperanza renació entre los equipos de búsqueda, y la energía de todos se renovó con la posibilidad de encontrar a Karina viva.
El onceavo día de su desaparición, finalmente, los rescatistas encontraron a Karina. Acurrucada en un lecho de hierba alta, la pequeña estaba débil y cubierta de picaduras de mosquitos, pero viva. La escena era conmovedora: una niña pequeña, con la ropa sucia y desgarrada, los ojos grandes y llenos de una mezcla de miedo y esperanza, estirando sus brazos hacia los hombres que se acercaban.
Artyom Borisov, uno de los rescatistas, describió el momento con profunda emoción: “Estaba sentada en medio de la hierba alta, completamente silenciosa. No la vi al principio. Ella me vio y extendió sus brazos. La levanté, era tan pequeña, tan ligera, como una pluma. No tenía zapatos. Su rostro, piernas y brazos estaban cubiertos de picaduras de mosquitos. Estaba aterrorizada. Inmediatamente pidió agua y comida, y rompió a llorar. Para ser honesto, yo apenas podía contener las lágrimas también”.
Los rescatistas le dieron agua y pequeñas porciones de comida para ayudarla a recuperarse. Fue llevada de inmediato al hospital local, donde los médicos se encargaron de tratarla por deshidratación y las múltiples picaduras de insectos. A pesar de su estado físico, Karina mostraba una fortaleza mental impresionante. Había sobrevivido casi dos semanas en uno de los entornos más inhóspitos del planeta, gracias a su ingenio, la compañía de Naida y una increíble resiliencia.
La historia de Karina capturó la atención del mundo entero, y su increíble supervivencia se convirtió en fuente de inspiración. En la capital regional de Yakutsk, se erigió una estatua en honor a Karina y Naida, simbolizando la valentía y la lealtad que les permitió superar la adversidad. Su aventura fue inmortalizada en un libro infantil, y su nombre se asoció con la resiliencia y el coraje.
Además, Karina encontró un nuevo camino en el ballet. Su talento la llevó a la prestigiosa Escuela de Ballet de Yakut, la más septentrional del mundo, donde se entrena para cumplir su sueño de bailar en el Teatro Bolshói de Moscú. Su historia, desde los peligros de la taiga hasta los escenarios del ballet, sigue inspirando a quienes conocen su viaje.