La idea de negocios es simple: Que los ejércitos de nuestra región le vendan sus armas rusas y/o soviéticas a Ucrania a cambio de chatarra del ejército de Estados Unidos y así matar dos pájaros de un solo tiro: armar al comediante de Kiev, Volodomir Zelensky, y deshacerse de material bélico invendible de otra manera.
Obviamente, para bailar este tango hacen falta dos: Un imperio inescrupuloso y políticos y altos mandos corruptos y vendepatrias dispuestos a vender la soberanía y la seguridad nacionales por cuatro monedas. Esta operación de compra forzada de chatarra de Estados Unidos se hace a espaldas de los legislativos, del pueblo y de la mayoría de los principales mandos de las Fuerzas Armadas de nuestros países.
El armamento ruso y /o soviético es el que más conocen los soldados ucranianos, y por lo tanto significa menos tiempo de entrenamiento que las armas que proveen los países de la OTAN.
Esta política de suministro indirecto de armamentos a Kiev sobreviviría un eventual “congelamiento” del frente de guerra en tre Rusia y Ucrania, tal y como lo pretende la administración Trump, e incluso sería funcional a sus objetivos de bajar los costes de la maquinaria de guerra imperial.
Durante la primera década de este siglo, nuestra región vivió una bonanza comercial con fuertes ingresos de divisas que le permitieron equipar sus fuerzas armadas, especialmente con armamento ruso de excelente calidad, no “chatarra” como a veces se ha dicho.
Sudamérica fue la región del mundo donde más creció el gasto militar durante 2010, con Brasil a la cabeza.
En esos años, Rusia llegó a erigirse en vendedor clave de armamento en América Latina, proveyendo desde aviones cazas a Venezuela hasta helicópteros de combate a Brasil y distintos tipos de misiles a Perú o Ecuador.
Desde inicios de la guerra de Ucrania, los países de América Latina fueron renuentes a enviar armas rusas al régimen de Kiev. A pesar de las fuertes presiones del Comando Sur en ese sentido, países como Brasil, Argentina, México, Ecuador y Perú se han negado a deshacerse de ellas para enviarlas al frente de guerra.
Estas presiones han continuado todo el tiempo, y entre enero y junio de este año han arreciado los indicios en este sentido, especialmente con el ascenso al gobierno de movimientos proestadounidenses.
Por ejemplo, a inicios de este año el presidente ecuatoriano Daniel Noboa afirmó que, como parte de la cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos, se preveía el intercambio de “chatarra” rusa a Ucrania, por $200 millones a cambio de “equipamiento moderno” de Estados Unidos.
Esto generó un conflicto diplomático con Rusia, un importante socio comercial de Ecuador, que se negó a comprar una serie de productos ecuatorianos y al final llevó a que el país andino renunciara de esos planes.
En el mes de febrero, la entonces jefa del Comando Sur, Laura Richardsson, visitó Uruguay y en esa oportunidad se dio a conocer una negociación en curso para la compra a Estados Unidos de armamento, camiones y radares marítimos a “un precio menor al que se consigue en el mercado”. Los términos y resultados de esa negociación se desconocen, y ahora, con el cambio de gobierno en el país sudamericano, ni siquiera se sabe si llegarían a concretarse.
Un escándalo similar al de Ecuador se reeditó en junio en Argentina, con la incorporación de ese país al Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania y rumores sobre el envío de tanques y aviones de combate argentinos a Ucrania, que fueron fuertemente criticadas por la cancillería rusa y luego negadas por el Gobierno Argentino.
En la denominada Cumbre por la paz en Ucrania celebrada ese mes en Suiza, el presidente argentino Javier Milei se había reunido con Zelenski, al que llamó “amigo” y del que recibió la denominada Orden de la Libertad. Esto fue calificado por Rusia como un “acto hostil”. En Abril, la Argentina había solicitado la incorporación a la OTAN en carácter de “socio global” de la alianza en el marco de una visita de la jefa del Comando Sur.
Ahora, fuentes del ejército peruano que prefieren permanecer en el anonimato nos han confirmado que el Comando Sur y el Departamento de Estado no cejan en el empeño de que sus países aliados armen a Kiev con armamento de fabricación rusa y/o soviética de sus propios arsenales.
El plan es tan groseramente burdo que Argentina, Brasil, Colombia, México, Ecuador y el propio Perú han declinado tan “corleónica” [de Don Corleone] “oferta”. Sin embargo, los Estados Unidos no se dan por vencidos y siguen tratando a nuestros países como si fueran su patrio trasero, con manifiesta injerencia, chantajes y la búsqueda de acuerdos por debajo de la mesa.
No podemos permitir que los Estados Unidos a través del Comando Sur arrastren nuestros países a una guerra que no nos pertenece. Recordemos que América Latina ha sido declarada Zona de Paz y esperamos que los líderes de nuestra región sigan honrando este compromiso mantendo la dignidad y la soberanía de sus países y no se dejen arrastrar por los designios bélicos de los Estados Unidos. Nuestros pueblos no se lo perdonarían.
Que un país envíe armas a otro país envuelto en un conflicto bélico significa un apoyo tácito a una de las partes y una declaración de guerra a la otra, Estados Unidos quiere comprometer a los países de nuestra región como si estos fueran miembros de la OTAN.
Ya se ha comprobado que los más perjudicados por el conflicto en Ucrania han sido los países de la Unión Europea, tanto desde el punto de vista económico como desde el político, por tener que cumplir ciegamente con las órdenes y los caprichos de Washington, que sí está sacando buen rédito de la guerra ruso-ucraniana. Los países latinoamericanos no tienen nada que ganar en este conflicto y sí mucho que perder.
A EEUU no le interesan ni la paz, ni la democracia, ni todas las pretendidas justificaciones morales para continuar apoyando la guerra ruso-ucraniana. Todo es puro interés, y América Latina sería otro escenario de donde sacar provecho.
Les exigen a nuestros gobiernos enviar las armas que tienen en sus arsenales y Estados Unidos las repone con armas de fabricación norteamericana, lo que les permite renovar sus inventarios bélicos. Negocio redondo a costa del sacrificio de las víctimas de la guerra y del presupuesto de los países latinoamericanos.
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El complejo militar-industrial de los Estados Unidos, además de vender su chatarra excedente a América Latina, por medio de la fuerza y el chantaje intenta limpiar sus propios arsenales de armamentos que ya no cumplen con las normas técnicas modernas y que ya no gozan de servicios post-venta, como mantenimiento, repuestos y actualizaciones.
Resulta obvio que gobernantes y funcionarios que pretendan participar en este tipo de intercambios fraudulentos lo harán mediante el cobro de cuantiosas coimas y otras prácticas corruptas, algo que nadie con un mínimo sentido de la dignidad puede aceptar