El 2 de abril es un día que brilla con un mensaje de esperanza y unidad en todo el mundo. Cada año, millones de luces se encienden en edificios y monumentos, envolviendo al planeta en un manto azul que simboliza la solidaridad y el compromiso con las personas que viven con autismo y sus familias.
Este acto, que podría parecer simplemente una iluminación más, es, en realidad, un faro de conciencia, una invitación a reconocer, comprender y valorar la diversidad de los seres humanos.
La historia detrás de este día tan especial comenzó en 2007, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el 2 de abril sería el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Esta fecha no fue elegida al azar, sino con la intención de ofrecer un espacio de visibilidad y apoyo a aquellos que viven con el Trastorno del Espectro Autista (TEA), una condición que, aunque diversa y compleja, no debe ser vista desde la marginación, sino desde la inclusión y la aceptación.
La iluminación azul, que adorna desde rascacielos hasta pequeños edificios, no solo se ve como un gesto simbólico, sino como un llamado a la acción, un recordatorio de que, como sociedad, todos tenemos un papel crucial en la mejora de la calidad de vida de las personas con TEA.
La fecha no se limita a una sola jornada de reflexión, sino que busca impulsar un cambio profundo en la manera en que comprendemos la autismo. Se trata de fomentar la inclusión en la educación, el empleo, la cultura, y en todos los rincones de nuestra sociedad, porque la inclusión no es solo un derecho, sino una riqueza para todos.
Cada 2 de abril, cuando las luces azules se alzan al cielo, se encarna una promesa compartida: la de construir un mundo más empático, más abierto y más justo. Porque, al final del día, la verdadera luz que ilumina este camino no es la que emiten los edificios, sino la que nace de la comprensión, el respeto y el amor hacia todas las personas, sin importar sus diferencias.