
Punta Cana, La Altagracia– Mientras miles de turistas desembarcan cada día en el paraíso tropical de Punta Cana, detrás de las paredes de los lujosos resorts y las postales de playas perfectas, se esconde una realidad de extrema pobreza, abuso y violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), en esta zona turística de renombre mundial, la mayoría de los residentes son hijos de inmigrantes, muchos de ellos haitianos, viviendo en condiciones de miseria. La contradicción no podría ser más cruel: una economía basada casi exclusivamente en el turismo, que no garantiza ni educación, ni vivienda, ni dignidad a quienes sostienen sus cimientos.
Los datos duelen. Los barrios cuentan una historia que nadie quiere ver. La crisis migratoria y las políticas represivas del gobierno dominicano han convertido la región en zona cero para los abusos contra migrantes haitianos.
El recrudecimiento de las redadas migratorias ha provocado miedo, desplazamiento, violaciones y en muchos casos, violencia extrema.
Las historias son brutales. Ruth (nombre cambiado por seguridad) se lanza a la cama y cubre a sus hijos cada vez que oye que se acerca el autobús de migración. “Ya sé lo que van a hacerme”, dice. No recuerda cuántas veces ha sido violada por agentes para no ser deportada. Violaciones como moneda de cambio, una realidad tan aterradora como invisibilizada.
Otras mujeres, haitianas, algunas con documentos legales en regla, denuncian haber sido víctimas de chantajes, robos y abusos sexuales por parte de quienes deberían proteger sus derechos. En declaraciones al medio 7 Días, residentes han denunciado que algunos agentes de migración exigen hasta 12 mil pesos para “dejarlos tranquilos”, sin importar su estatus migratorio.
Se recuerda que luego de que las parturientas haitianas salen del hospital migraciòn la deporta a su paìs.
La situación es alarmante y constituye una crisis humanitaria. Las redadas masivas, las deportaciones arbitrarias y la criminalización de la pobreza y la inmigración están dejando una huella imborrable en la dignidad de miles de personas.
Lo más indignante es que estas personas no son ajenas a la economía dominicana: son albañiles, niñeras, jardineros, camareras, cocineros, y todo el andamiaje invisible que mantiene en pie la "marca país" que vende Punta Cana al mundo. Sin ellos, ni el turismo ni la construcción podrían sostenerse.