
Mientras la violencia de las bandas se descontrola en Haití, miles de niños están dejando las aulas para adentrarse en un entorno de caos. Desde la primera línea, la ONG Confiance Haïti ofrece educación, protección y esperanza donde el resto del mundo ha decidido mirar hacia otro lado.
La violencia que sacude al mundo hoy refleja, entre otras cosas, el fracaso de la comunidad internacional y es un llamado a no dejarnos engañar por el silencio de los grandes medios occidentales. Más bien, nos obliga a preguntarnos qué está ocurriendo en algunos de los países más pobres del planeta.
Hoy la pregunta es inevitable: ¿qué está pasando con los niños de Haití?
La respuesta es desgarradora. Las escenas, casi apocalípticas. Las bandas criminales controlan las principales ciudades del país, que se sumerge cada vez más en una pobreza extrema. Muchos padres ya no pueden alimentar a sus hijos, quienes terminan siendo reclutados por estas pandillas, atraídos por promesas falsas de seguridad y dinero fácil. Hay madres que llevan meses sin saber nada de sus hijos —ni siquiera si están vivos.
“La prensa occidental tiende a enfocarse en regiones con vínculos políticos o económicos más directos”, afirma Anne Marie Berlier, presidenta de Confiance Haïti, una organización que lucha incansablemente por llevar educación y resiliencia a las comunidades más vulnerables del país. Esta cobertura selectiva ha hecho que Haití quede prácticamente fuera del radar internacional. Sus historias de violencia, desesperación y también de esperanza rara vez llegan a los titulares, lo que deja a un país entero sin el apoyo global que urgentemente necesita.
Como suele suceder en contextos de crisis, las escuelas se han convertido en refugios. En el presente, garantizan al menos una comida diaria; a futuro, son el símbolo de una posibilidad real de cambio.
Desde el devastador terremoto de 2010, Confiance Haïti ha estado al pie del cañón. “Llevamos quince años creciendo en el ámbito educativo, construyendo y operando escuelas, y ofreciendo herramientas para que los haitianos puedan ser autosuficientes”, explica Berlier. Sus dos escuelas principales están ubicadas al norte de Puerto Príncipe. Una se levanta sobre una colina en Canaan y ofrece nivel inicial y primario; la otra, más abajo, alberga una escuela secundaria.
Pero la labor de la ONG va mucho más allá de lo académico: apuesta también por la formación profesional y la adquisición de oficios. “En Canaan estamos impulsando actividades como plomería y construcción. En la escuela de Santo, el enfoque es la agricultura. Contamos con el apoyo de la embajada de Francia para iniciativas de cultivo y cría de animales”, cuenta Berlier a Vatican News. Son habilidades esenciales en un lugar donde cada recurso cuenta.
Criar gallinas y conejos para abastecer el comedor escolar no solo ayuda a combatir la escasez de alimentos, también enseña a los niños el valor de los recursos naturales y la importancia del cuidado ambiental. Estos programas permiten que muchas familias puedan salir adelante y reflejan el verdadero espíritu del nombre de la ONG: confianza.