A 62 años de Golpe de Estado a Juan Bosch y su Constitución de 1963

Por un momento, el pueblo creyó que la libertad era posible, pero duró apenas siete meses…Era la madrugada del 25 de septiembre de 1963. El país despertaba —otra vez— con el corazón roto y el futuro secuestrado. Las botas militares resonaban con violencia en las escalinatas del Palacio Nacional. No venían a defender la patria. Venían a traicionarla.

Juan Bosch, maestro, escritor, ideólogo, y primer presidente electo democráticamente tras la caída de la tiranía trujillista, era derrocado por un grupo de oficiales encabezados por el coronel Elías Wessin y Wessin. La democracia, apenas naciente, fue asfixiada sin contemplación.

Había llegado al poder con la esperanza de un pueblo hambriento de justicia, de educación, de salud, de pan sin cadenas. Su gobierno era una bocanada de aire fresco tras más de 30 años de horror bajo la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Pero para los poderosos, los mismos que sobrevivieron y lucraron durante el trujillato—, Bosch era una amenaza. Su proyecto social, progresista y profundamente humano, les resultaba insoportable.

Las reformas de Bosch eran tan revolucionarias como simples: alfabetización nacional, reducción del salario presidencial, zonas francas, préstamos para pequeñas industrias, precios regulados, salud para el pueblo, y una nueva Constitución que ponía el poder donde debía estar: en manos del ciudadano, no del oligarca. El país se estaba humanizando. Y eso, en una nación sembrada de intereses, era imperdonable.

El 20 de septiembre, los empresarios dieron el primer zarpazo: una huelga general de dos días paralizó la nación. Fue la señal. En los cuarteles, los golpistas afilaban los fusiles. Se preparaban para romper el orden institucional. Y lo hicieron, sin vergüenza, cinco días después.

Un triunvirato ilegítimo tomó el control, presidido por Emilio de los Santos. Se impuso el caos, el miedo, la desilusión. Los que soñaban con una patria libre y justa volvieron a sentir en la nuca el aliento frío de la dictadura.

Pero la historia no terminó ahí

Dos años más tarde, en abril de 1965, el pueblo volvió a alzarse. No con odio, sino con dignidad. La Gesta de Abril fue el grito colectivo de una nación que se negaba a ser cómplice del silencio. “¡Queremos la vuelta de Bosch!” fue el clamor popular, respondido con sangre, fuego y marines: 42 mil soldados norteamericanos desembarcaron en Santo Domingo para impedir que el pueblo se adueñara de su destino.

En ese escenario aparecieron dos figuras que marcaron la historia: el coronel Francisco Alberto Caamaño y Rafael Fernández Domínguez, héroes de una guerra no por el poder, sino por la legitimidad.

Bosch, desde el exilio, no pidió venganza, sino justicia. Y dejó a la posteridad una carta, tan firme como su moral:

“Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura. Nosotros podemos caer, pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática”.

Fueron palabras de acero. De resistencia. De amor a la patria.

Hoy, a más de seis décadas de aquel golpe, el eco de esa madrugada aún resuena en las páginas de la historia. No fue solo la caída de un presidente: fue la traición de una promesa nacional. El derrocamiento de Juan Bosch fue el intento de matar la idea de que en República Dominicana podía haber justicia social sin represión, libertad sin miedo, democracia sin cadenas.

Pero aunque los hombres caigan, como dijo Bosch, los principios no. La lucha continúa. Y la historia aún tiene deudas pendientes.