
Santo Domingo, 1963. Apenas habían transcurrido siete meses desde la llegada al poder del profesor Juan Bosch, cuando la esperanza democrática que había encendido su elección comenzó a ser apagada por rumores, tensiones y acusaciones. El país, que recién salía de la larga noche de la dictadura trujillista, miraba con expectación a su primer gobierno elegido libremente en más de tres décadas. Pero aquella primavera democrática no duraría mucho.
Desde su inicio, el gobierno de Bosch se propuso levantar un nuevo modelo político: ético, transparente y civilista. Prometió erradicar el clientelismo y la corrupción que habían caracterizado al régimen anterior. Sin embargo, esa misma intransigencia moral lo colocó pronto en el centro de controversias.
Los enemigos políticos —militares, empresarios y sectores conservadores de la Iglesia— comenzaron a difundir acusaciones de corrupción contra algunos funcionarios de su gobierno. Se hablaba de manejos irregulares en contratos menores, de favoritismos en nombramientos, de supuestas “debilidades” administrativas. Pero nunca hubo pruebas sólidas. En realidad, los casos señalados fueron más ruido que hechos comprobados.
Bosch reaccionó con firmeza. Exigió investigaciones, destituyó a funcionarios sospechosos y defendió el principio de que la honestidad era la base de la nueva República. Su postura, sin embargo, no bastó para detener la campaña que buscaba socavar su autoridad. En los periódicos de la época, columnas y editoriales hablaban de un “gobierno débil” incapaz de controlar la corrupción, aunque en los hechos, no se documentó ningún caso relevante de malversación ni enriquecimiento ilícito.
Paradójicamente, el presidente que más aborrecía la corrupción terminó siendo víctima de las acusaciones que él mismo habría perseguido. El 25 de septiembre de 1963, apenas siete meses después de asumir el poder, fue derrocado por un golpe militar, auspiciado por sectores que se oponían a sus reformas sociales y su visión progresista.
Con el tiempo, la historia fue poniendo las cosas en su lugar. Los supuestos “casos de corrupción” del gobierno de Bosch se desvanecieron ante la evidencia: no hubo tal corrupción, sino un intento de deslegitimar a un gobierno honesto y democrático en un país que aún no estaba listo para la transparencia.