los gigantes reaccionaro en la ultima entradaSe fue la luz. Otra vez. No en una calle, ni en un barrio, sino a nivel general. En cuestión de minutos, la oscuridad nos igualó a todos: hogares, hospitales, metros, teleféricos, semaforos, comercios y oficinas quedaron en pausa, pendientes de un anuncio que aún no llega con certeza. “Las autoridades dicen que trabajan en el restablecimiento”, repiten los medios. Pero el eco de esa frase ya la conocemos de memoria.
Cada apagón masivo es más que una falla técnica; es un espejo de nuestra fragilidad. Dependemos de la energía para todo —desde conservar alimentos hasta comunicarnos— y, sin embargo, seguimos sin un sistema eléctrico confiable, transparente ni moderno. Las promesas de inversión, mantenimiento y modernización del servicio se diluyen cada vez que la oscuridad nos alcanza.
El silencio de los electrodomésticos se mezcla con las preguntas sin respuesta. ¿Qué pasó realmente? ¿Falla en una línea de transmisión? ¿Sobrecarga? ¿Descuido? La incertidumbre pesa más que el calor o la oscuridad. No se trata solo de encender la luz; se trata de encender la confianza ciudadana, esa que se apaga con cada corte generalizado.
La energía eléctrica es un derecho esencial, no un privilegio. Y cada apagón, por masivo que sea, debe ser también una chispa que nos recuerde exigir más: más responsabilidad, más transparencia, más planificación. Porque si algo debería estar claro en la oscuridad, es que la falta de luz no puede seguir siendo costumbre.