La poca actividad de la mujer que ha cambiado la historia de los 400 metros vallas, una estrella precoz que a con 17 años recién cumplidos corrió en los Juegos Olímpicos de Río y se convirtió en la estadounidense más joven del equipo de atletismo en cuatro décadas, preocupa al atletismo.
Porque McLaughlin-Levrone, de 24 años ahora, es una una superestrella que parece no querer serlo, a pesar de un contrato millonario con New Balance (se habla de 1,5 millones anuales) y de sus 1,1 millones de seguidores en Instagram, la red en la que la moda, los patrocinios, su matrimonio con el exjugador de la NFL Andre Levrone JR y su profunda fe religiosa parecen tener más espacio que el deporte.
Y deportivamente está más que justificado. McLaughlin-Levrone, hija de dos atletas, corre muy rápido y pasa las vallas de 76,2 centímetros como si fueran de juguete con sus 1,75 metros. En Tokio batió el récord mundial de la prueba con 51,46s y un año después, en el Mundial de Eugene, situó la marca en un récord supersónico de 50,68s. Ocho de las mejores veinte marcas de la historia son suyas, y todas son de una nueva generación que ha tomado la prueba por asalto. Hasta 2019, el récord mundial estaba en 52,34. McLaughlin, Femke Bol y Dalilah Muhammad han dejado ese registro en una broma.