Algunas de sus obras más conocidas son: "La era del vacío: ensayos sobre el
individualismo contemporáneo" (1983), "El imperio de lo efímero: La moda y su
destino en las sociedades modernas" (1984), y "La felicidad paradójica: Ensayo sobre la
sociedad de hiperconsumo" (1989).
bases para la aparición de una sociedad en la que el individuo es indiferente ante el
medio que lo rodea y sus congéneres.
El espíritu de la época, que ya no asume la angustia y la nostalgia del sentido que eran
propias del existencialismo o del teatro del absurdo, es la indiferencia, aunque no la
desidia: es una indiferencia ante el sentido, una ausencia ineluctable, una estética fría de
la exterioridad y la distancia, pero de ningún modo de la distanciación.
En esta época se ha abandonado el gusto por el saber, el sentido crítico y la tendencia al
rechazo de la injusticia, y en la política ha aumentado la abstención y se ha puesto de
moda lo intrascendente o lo simplemente espectacular.
La indiferencia actual es una deserción de las viejas causas, un “desasimiento” social, y
designa una nueva conciencia, si bien en calidad dispersión. Pero esta indiferencia no
significa pasividad, resignación o mistificación. El hombre “cool” no es ni el decadente
pesimista de Nietzsche ni el trabajador oprimido de Marx. Es más parecido al
telespectador probando por curiosidad uno tras otro los programas de la noche, al
consumidor llenando su carrito, al que está de vacaciones dudoso entre unos días en las
playas o hacer camping.
Como el hombre indiferente no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le
sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas, en la era
posmoderna no hay planes ni programas, sólo frases tipo cohete que se imponen en las
conversaciones, en los centros de diversión, en las organizaciones sindicales, en los
centros educativos, en los partidos y hasta en las iglesias.
Increíblemente, la libertad, como la guerra, ha promovido la extrañeza absoluta ante el
otro. Pero no contento con producir el aislamiento, el sistema estimula la individualidad
para que cada quien, solo, “aprenda” a ser feliz, en el entendido de que sólo a cada
quien le interesa su vida.
De otro lado, el autor se refiere al “nuevo tipo de narcisismo” que aparece en la
sociedad posmoderna: no sólo amar la figura que refleja el espejo, sino también amar lo
que se siente ser y representar.
Ese narcisismo es un “nuevo estadio del individualismo”, que prefigura “un perfil
inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el
mundo y el tiempo”, y surge precisamente cuando “el capitalismo autoritario cede el
paso a un capitalismo hedonista y permisivo”.
El nuevo individualismo es puro, carente de valores sociales y morales, y provoca que
hasta la vida privada cambie de sentido y se proyecte hasta la intimidad.
En la posmodernidad lo público está desprestigiado, las grandes cuestiones filosóficas,
económicas o políticas no importan a nadie, y la sociedad se va neutralizando y
banalizando. Pero la esfera privada sobrevive: la gente cuida su salud, se desinhibe, vive
para esperar las vacaciones, no cree en ninguna idea.
El neonarcisismo, en muchos sentidos, nace de la deserción de lo político. Como si
dijéramos: estamos en el fin del “homo politicus” y en el nacimiento del “homo
psicologicus”, al que sólo le interesa su ser y su bienestar. Por eso, quiere vivir en el
presente, sólo en el presente, y no le interesa el pasado ni el futuro, pues preocuparse
por estos es perder el tiempo.
La secuela más importante de esa transformación es la erosión del sentimiento de
pertenencia a una “sucesión de generaciones enraizadas en el pasado y que se prolonga
en el futuro”. Esta erosión “caracteriza y engendra la sociedad narcisista”: como hoy
“vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por nuestras tradiciones y nuestra
alteridad, el sentido histórico ha sido olvidado de la misma manera que los valores y las
instituciones sociales”.
No olvidemos, empero, que el narcisismo surge de la deserción generalizada de los
valores y finalidades sociales, provocada por el proceso de personalización, y que por
ello mismo tiende a crear vacuidad espiritual y hedonismo social. Por ello, el nuevo
narcisismo es una personalización del cuerpo.
Finalmente, el texto contiene una reflexión sobre el significado y los efectos de la
transición del mundo desde la época moderna o a la llamada época posmoderna.
La noción de lo posmoderno, para el autor, no es clara, pues “remite a niveles y esferas
de análisis difíciles de hacer coincidir”, y por ello se pregunta si significa.
“¿Agotamiento de una cultura hedonista y vanguardista o surgimiento de una nueva
fuerza renovadora? ¿Decadencia de una época sin tradición o revitalización del presente
por una rehabilitación del pasado? ¿Continuidad renovada de la trama modernista o
discontinuidad? ¿Peripecia en la historia del arte o destino global de las sociedades
democráticas?”.
El libro procura examinar el posmodernismo como “una hipótesis global que describe el
paso lento y complejo a un nuevo tipo de sociedad, de cultura y de individuo que nace
del propio seno y en la prolongación de la era moderna”, así como “establecer el
contenido del modernismo, su árbol genealógico y sus funciones históricas principales,
aprehender el cambio de rumbo del pensamiento que poco a poco se ha producido en el
curso del siglo XX en beneficio de una preeminencia cada vez más acusada de los
sistemas flexibles y abiertos”.
La sociedad moderna no es homogénea: es la articulación de tres órdenes distintos: el
tecno-económico, el régimen político y la cultura. Cada uno de estos órdenes obedece a
un principio axial diferente, incluso contradictorio con los restantes. “Las discordancias
entre esas esferas son las responsables de las diversas contradicciones de la sociedad”.
Por eso, el autor plantea que no se debe “considerar el capitalismo moderno como un
todo unificado, a la manera de los análisis sociológicos dominantes: desde hace más de
un siglo el divorcio entre las esferas aumenta, y crece, en particular, la disyunción entre
la estructura social y la “cultura antinómica” de la expansión de la libertad del yo”.
Mientras el capitalismo se desarrolló con el empuje y bajo la dirección de la ética
protestante, el orden tecno-económico y la cultura formaban un conjunto favorable a la
acumulación del capital, al progreso, al orden social, pero en la medida en que el
hedonismo se va imponiendo como valor último y legitimación del capitalismo, éste va
perdiendo su carácter de totalidad orgánica, su consenso, su voluntad. “La crisis de las
sociedades modernas es ante todo cultural o espiritual”.
El modernismo ha sido considerado como uno de los aspectos del proceso secular que
ha desembocado en las sociedades democráticas basadas en la soberanía del individuo y
del pueblo, y liberadas de la sumisión a los dioses, de las jerarquías hereditarias y del
poder de la tradición. De este modo, bien puede afirmarse que es una prolongación
cultural del proceso que se manifestó en el orden político y jurídico a fines del siglo
XVI como la culminación de la empresa revolucionaria y democrática que constituyó
una sociedad sin fundamento divino, pura expresión de la voluntad de los hombres que
se reconocen iguales.
En consecuencia, el modernismo no contradice el orden y la igualdad, sino que es la
continuación por otros medios de la revolución democrática.
La cultura posmoderna implica que la vanguardia ya no suscita indignación, que las
búsquedas innovadoras son legítimas, y que el placer y el estímulo de los sentidos se
convierten en los valores dominantes de la vida corriente. Así, pues, el posmodernismo
puede considerase como la democratización del hedonismo, la consagración
generalizada de lo nuevo, el triunfo de la antimoral y del antiinstitucionalismo.
“En el curso de los años sesenta el posmodernismo revela sus características más
importantes con su radicalismo cultural y político, su hedonismo exacerbado: revuelta
estudiantil, contracultura, moda de la marihuana y del L. S. D., liberación sexual, pero
también películas y publicaciones pornopop, aumento de violencia y de crueldad en los
espectáculos, la cultura cotidiana incorpora la liberación, el placer y el sexo”.
La era posmoderna no es propiamente una ruptura con la modernidad: es la
prolongación y la generalización de una de sus tendencias constitutivas, el proceso de
personalización. De ahí que el presente no se pueda pensar como un momento
absolutamente inédito en la historia.
La información y el hedonismo, postulando la necesidad de “igualdad de condiciones”,
elevan el nivel de consumo y “culturizan” a las masas en términos de lo ligero,
estimulan la “liberación” femenina, defienden las minorías sexuales, deifican la
juventud como estadio humano, folclorizan la originalidad, y le dan un mismo valor a
un best-seller y a un premio Nobel.
En el posmodernismo “la edad heroica del hedonismo” ha pasado: “ni las páginas de
oferta y demanda erótica multiservicio, ni la importancia del número de lectores de las
revistas sexológicas, ni la abierta publicidad de que gozan la mayoría de las
“perversiones” bastan”.
El autor asimila el hedonismo como “la contradicción cultural del capitalismo: «Por una
parte la corporación de los negocios exige que el individuo trabaje enormemente, acepte
diferir recompensas y satisfacciones, en una palabra, que sea un engranaje de la
organización. Por otra parte, la corporación anima al placer, al relajamiento, la
despreocupación. Debemos ser concienzudos de día y juerguistas de noche”.
En otro sentido, el texto habla de que la contradicción en las sociedades de hoy no es
únicamente la distancia entre cultura y economía, sino también de proceso de
personalización. “La era del consumo engendra una desocializacíón general y
polimorfa, invisible y miniaturizada; la anomia pierde sus referencias, la exclusión a
medida se ha apartado también del orden disciplinario”.
En esta obra, el autor de devela como uno de los pensadores más certeros del
posmodernismo, pues hace una crítica profunda y rigurosa de sus caracteres esenciales:
el individualismo, la indiferencia, el narcisismo, la espectacularidad, la chercha y la
generalización de la violencia.
Aquí se examina la sociedad posmoderna que, según él, se caracteriza por una
separación de la esfera pública de la privada, y una cultura abierta que moldea las
relaciones humanas (tolerancia, hedonismo, personalización de los procesos de
socialización, educación permisiva, liberación sexual, humor).
El pensamiento de Lipovetsky es una interpretación de la evolución y el desarrollo del
individualismo de hoy. La postmodernidad ya no sirve para definir el momento actual
de las sociedades liberales. En esta época hay una ausencia de modelos alternativos, y el
mercado se ha convertido en dominante en todas las esferas de la vida social y privada.
Lipovetsky presenta un concepto de cultura basado en lo cotidiano, en el acceso a las
redes sociales de modo inmediato. La nueva cultura es hermana melliza de la industria
comercial, y se propone llegar a todos los ámbitos del orbe.
Esa cultura, empero, está basada en el individualismo y en el consumo, y por eso mismo
conduce necesariamente a la banalización de la vida (social, política, etcétera) y la
conversión de la sociedad en una antro de superstición y violencia.