En turismo literario por la RAE, vimos que esta define la democracia como “sistema político en el cual lasoberanía reside en el pueblo, que la ejerce de manera directa o por medio de representantes; la participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones”. A las personas que la ejercen, les llamamos “demócratas”.
Es lo que ha demostrado ser el presidente Luís Abinader, al erigirse como un gigante y vestirse de gloria, anunciando al país el retiro en la agenda del Congreso, de la controversial reforma fiscal.
Nuestra Constitución, en su artículo 2, establece que “la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce por medio de sus representantes o en forma directa, en los términos que establecen esta Constitución y las leyes”. Como soberano, el pueblo dice cómo quiere ser gobernado, cómo desea ser regenteado; les ha dicho a sus autoridades no quiere en este momento una reforma tributaria leonina que lacerará grandemente su economía particular para beneficiar la colectividad.
Lo cierto es que este pueblo se equivocó en las pasadas elecciones, al entregarle al gobierno de turno todos los poderes, para que haga cuanto se le antoje sin precisar de contar con el beneplácito de la oposición; eso no debe ocurrir nunca más en la vida democrática de este país, porque es altamente nocivo para su administración. Cuando se sufraga sin fanatismo partidario, lo hacemos por nuestro presidente y un senador o diputado de su partido, no por ambos, con lo que se logra un equilibrio legislativo. Esta vez tuvimos la suerte de que ese derroche de poder se lo otorgamos a una persona ecuánime y prudente que no se emborrachó del mismo y convirtió su oído en un estetoscopio en el corazón del pueblo.
Las vistas públicas celebradas en el Congreso, fueron escenarios en donde muchos ciudadanos se expresaron cónsonos con el sentir popular; otros que en busca de cinco minutos de fama o views en redes sociales, luego de una brillante exposición lo dañaron al incurrir en el tipo penal de proferir improperios, sandeces y con un soez lenguaje llamar hasta “asesino” al mismo presidente al que hace apenas meses se le otorgó poder tan amplio como constitucionalmente fuere necesario para proceder conforme a su criterio. Sin embargo, nada de ello obnubiló la capacidad de discernimiento de nuestro presidente.
En el día de hoy, la oposición política del país se frota las manos porque considera lo ocurrido como una conquista suya; muy divorciados están de esa realidad; lo cierto es que haciendo uso de la expresión popular que reza “cuando asumimos con humildad nuestras faltas, quitamos las armas de ataque a nuestros enemigos”. Con el retiro de la reforma fiscal, el oficialismo acaba de evitar la sepultura de quienes aguardan un turno al bate para suceder al señor presidente; porque lo que se vislumbraba era algo tan demoledor, en nada diferente a la poblada de abril del 1984.
Lejos de que se perciba como incapacidad de “aguantar presión” o debilidad por parte del presidente Abinader, este le ha demostrado al pueblo que en él depositó toda su confianza y cifró sus esperanzas, que es digno de ser depositario de las mismas. El país posee las herramientas impositivas necesarias para captar los impuestos que precisa el gobierno; y que pudo aportarle la reforma; lo que debe hacer el gobierno, es perseguir a los evasores y que todo el mundo cumpla con el fisco; esa será su gran reforma, la gran conquista del pueblo dominicano.